Un día 3 de junio de 1919 nació Paula Blanco Martín en Fuentesaúco, ahora hace un siglo. Tantos años de por medio la ha hecho testigo y, en ocasiones, partícipe de la reciente historia contemporánea de nuestro país. El recorrido secular de su existencia es poco menos que el fiel reflejo de los grandes acontecimientos históricos del pueblo.

Toda su vida transcurrió en la saucana calle Barrionuevo donde también vivieron sus padres Guillermo y Lucila, labradores modestos. Se dedicó a las faenas del campo, la religiosidad y las labores de ganchillo.

Era la pequeña de cuatro hermanas: Vicenta, Trinidad, Rosario y ella. Vicenta marchó a Argentina con su marido de la familia de los Godovero: no regresó nunca al pueblo.

De niña, fue a la escuela hasta los catorce años con doña Amalia, maestra que la enseñó a leer, escribir y costura en la que logró algún que otro premio escolar (como estampas de regalo).

De sus años mozos le queda un recuerdo de felicidad y alegría. Iba al Salón de Aparicio a bailar pasodobles con sus dos amigas Dorotea la Hospitalera y Francisca la Cubera, la que fuera hermana de la madre de Ángel Gavilán, Gobernador Civil de Zamora en los años 90.

Recuerda que en la República había dos partidos políticos muy enfrentados que no lograron suprimir los actos religiosos de los que Paula a lo largo de su vida fue ferviente devota. De la Guerra me comenta que oía los ecos estruendosos de los bombardeos que estremecieron Salamanca. Fue una época dura por la escasez alimentaria aunque "ella no pasó hambre". Comenzó a descubrir el mundo a través de la magia de la radio que conoció y oyó por primera vez en casa de la señora Lorenza la Fructuosa. Agrega también desenfadamente que "me gustó más la época franquista, que la democrática".

Al finalizar la Guerra, contrajo matrimonio con el labrador Antonio Prieto el Patata, muy conocido por jugar de pelotari con Zótico Mangas en el frontón de Dalmacio. La boda se celebró en casa de sus padres: comieron un suculento cocido, regado con vino casero y "pocos dulces"; le regalaron cacharros y ropa varia, sobre todo sábanas. Su feliz matrimonio finalizó hace unos dieciséis años sin descendencia.

Ha heredado de sus padres la genética de la longevidad. Conoció personalmente a Marcelina del Valle fundadora de la Residencia donde ahora vive. El pasado jueves día dieciséis este Centro la obsequió con un emotivo homenaje adornado con una canción, bailes y un especial de tarta con naranjada.

Al finalizar de escribir esta crónica me comunican la triste noticia de su fallecimiento: ¡Los cumplió y se marchó!. Mi más sentido pésame para su familia. Descanse en paz.

(*) Cronista Oficial de

Fuentesaúco