Aunque el poeta no lo busque, la poesía puede ser profética. En una publicada hace casi 40 años se describía el apocalipsis en diversos escenarios, entre ellos la cumbre de una montaña icónica (en el poema el Naranjo de Bulnes), de la que eran desalojados sus ocupantes míticos, ángeles y arcángeles, hasta que "pronto la cima fue ocupada por las turbas". Esa visión de la invasión por las masas de aquello que por su naturaleza estaba reservado a los héroes era uno de los signos que el poema asociaba al fin de los tiempos. Ahora el techo del mundo ha pasado a ser solo una zona algo más elevada de su suelo, y al venirse abajo el mito, pisoteado por quienes a su vez han pasado de carismáticos escaladores a excéntricos viandantes, es toda una jerarquía de símbolos la que ha sido destronada. Quizás no se trate todavía del fin del mundo, pero no está escrito que ese fin suceda de repente.