Se va agotando la primavera y es época en la que la administración y recepción de sacramentos está en plena efervescencia. Bodas, bautizos, comuniones y confirmaciones, cuánto motivo de fiesta. Sí, recibir un sacramento es un motivo de celebración, pero también lo es de satisfacción y compromiso, ni más ni menos que con la madurez de la fe de aquellos que acceden a los sacramentos. Hay quien mira con recelo los datos del descenso del número de bodas que se administran mediante la Iglesia, 2 de cada 10, según los últimos estudios al efecto publicados. A mí no me parece ni bien, ni mal, porque es una realidad que la Iglesia católica debe asumir y afrontar con naturalidad y perdiendo poco tiempo en la lamentación. Habría que desarrollar medidas que hagan el sacramento del matrimonio atractivo, hacer eso no está lejos del principal deber del Cristiano hoy, hacer del Evangelio un mensaje, una buena noticia que hay que salir de los templos a difundir para que encaje de la mejor forma posible en esta sociedad "tan secular" en la que vivimos.

Y para ello, pues yo sí miro con cierto escándalo cómo tratamos los sacramentos de la iniciación cristiana, bautizos y (especialmente) comuniones y confirmaciones. Me parece que hoy a los niños se les inculca en el entorno que lo más importante de estas celebraciones es el escaparate consumista (vestidos, regalos, banquete...) reduciendo a casi a la categoría de lo absurdo el hecho sacramental de recibir la primera Eucaristía de la vida o confirmar que en la vida uno aboga, a través del Espíritu Santo, por ser de los seguidores y difusores del mensaje de Jesús. Mi solidaridad con el buen trabajo que muchos catequistas realizan y que ven frustrada su aspiración en el momento culminante del proceso. Cuesta mucho creer que el niño valore la escena cuando en las celebraciones en los templos se está más pendiente de las fotos, o del bullicio que ocasionan aquellos del entorno que ya casi ni saben los momentos en los que hay que ponerse de pie. Porque claro, el niño a edades tan tempranas se comporta por imitación en la inmensa mayoría de los casos.

No, no estoy diciendo que todo el mundo tenga que aprenderse de memoria no se cuantas oraciones, pero sí estoy diciendo que se está perdiendo el sentido de lo que significa entrar a una celebración en una iglesia y que veo muy necesario concienciar, especialmente, a las familias de la importancia de discernir lo más importante de lo accesorio a la hora de recibir un sacramento. Y es que también la fe necesita de una reeducación permanente