Entre las muchas cuestiones para el análisis que han dejando las elecciones autonómicas y locales del 26 de mayo cabe destacar una: la mayoría implacable y absoluta del alcalde de Zamora, único regidor de IU de una capital española. A Francisco Guarido, que ha obtenido 14 concejales dentro de un pleno en el que toman asiento un total de 25 ediles, le han votado no sólo los electores de izquierda, sino muchos supuestos votantes del centro-derecha. De eso no hay lugar a dudas, viendo la debacle del PP municipal y la irrisoria cosecha electoral del PSOE en la capital zamorana. Y ahora no son pocos los sociólogos y estudiosos de la cosa pública que andan rascándose la cabeza para tratar de escudriñar los pilares donde se asienta tal hazaña política. Pero no hace falta mucha investigación ni el uso de métodos academicistas para colegir un par de conclusiones que son de perogrullo. La primera, Francisco no es Francisco, sino Paco. Y así sigue siendo, como cuando no era alcalde y buzoneaba personalmente las propuestas de la coalición para el conocimiento general de la ciudadanía. La corbata no va con él, ni los trajes tampoco. Así no tiene ni siquiera que cambiar de chaqueta, por si acaso. Por no hablar de que decidió mantenerse el sueldo que cobraba antes de llegar a la Alcaldía. Todo un ejemplo que, a la vista está, no ha cuajado entre la inmensa mayoría de dirigentes. Estamos pues ante una persona que ha hecho de su forma de ser, y de estar, la mejor carta de presentación para recabar, incluso inconscientemente, el apoyo mayoritario de sus conciudadanos. Y eso que de las promesas electorales de hace cuatro años, aún muchas andan apiladas en el fondo del baúl.

Todo esto me lleva a una segunda conclusión: la sencillez, la honestidad y la natural forma de comportarse de una persona es la que hace grande a esa persona. Es la calidad humana y no otra la que acaba dando la verdadera talla intelectual. Y eso, créanme, también termina inclinado el voto de la gente, que suele optar por un político que se vista por los pies, aunque luego no lleve anudada una corbata al cuello. De nuevo se comprueba que la normalidad es el mejor antídoto contra la enfermiza vanidad y la soberbia, la que permite al ser humano escuchar sin mirar a nadie por encima del hombro, aunque estés sentado en el sillón más grande y alto de la Corporación municipal.

Ese es el éxito de Paco, de Paco Guarido: no ostentar un cargo público olvidándose que antes y por encima de todo es persona. Esa es la clave de un éxito electoral que, como digo, andan no pocos politólogos analizando minuciosamente estos días.

Ojalá muchos tomaran buena nota de ello, porque la regeneración política es también un cambio personal de actitud y una forma de estar y de relacionarse con la gente. La altanería, el narcicismo y la prepotencia son el peor cartel electoral, la peor estrategia. Lo que pasa es que para ser un político natural, sencillo y con tirón popular antes tienes que ser ya una persona natural, sencilla y honesta.