El 12 de Octubre de 1968 nacía en Africa un nuevo Estado con el nombre de República de Guinea Ecuatorial. Hacía el número 38 de los países continentales que después de la Segunda Guerra Mundial alcanzaron la Independencia, favorecida por un movimiento político irreversible y universal: el proceso descolonizador. Guinea se emancipaba de España, proclamando su filiación hispánica y rindiendo el mejor homenaje a la potencia que administró estos territorios africanos durante 190 años.

Los españoles, que cuando volvían a la Península Ibérica lo hacían como forasteros ya que su puesto estaba en Fernando Póo, en Bata o en Annobon, junto a sus comercios, sus empresas y sus explotaciones agrícolas, tuvieron que volver en muchos casos precipitadamente a España. Los últimos en abandonar la isla a bordo de buques de la Armada española, fueron los militares y fundamentalmente la Guardia Civil que, en todo momento, realizó un impecable servicio a España y a los españoles, que no se ha terminado de reconocer como se debía, contando la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad de aquellos años, de su presencia querida y aplaudida por nativos y españoles y de la épica que escribieron todos y cada uno de sus miembros.

Quizá por eso, por esa ausencia de reconocimiento oficial que podría muy bien hacerse aprovechando la celebración del 175 aniversario de la fundación de la Guardia Civil, la Liga Española Pro Derechos Humanos y la Fundación Internacional Pro Derechos Humanos-España, hará entrega, precisamente hoy en Madrid, la Medalla y Diploma de los Derechos Humanos a los Guardias Civiles, "Los últimos de Guinea", "en reconocimiento al extraordinario desempeño en el cumplimiento de su deber, en la defensa y protección de los españoles durante la descolonización de Guinea Ecuatorial". Yo estaba allí para corroborar que así fue, para agradecer eternamente a la Guardia Civil un hecho que estamos en la obligación de reconocer. Si no hubo víctimas, si no se produjo una masacre fue, precisamente, gracias a la Guardia Civil, gracias al impagable servicio prestado no sólo a los ciudadanos españoles, también a los ciudadanos ecuatoguineanos y más concretamente a los 'bubis' de la isla.

Diploma y medalla que se merecen valientes como Emilio Ferreras Blanco, mi buen padre ya fallecido, detenido en numerosas ocasiones por las hordas juveniles del Presidente Macías, poniendo en riesgo su vida, como me reconocía en reciente conversación telefónica el Coronel Lorenzo García Ibáñez de Garayo, quien vivió también en primera persona los años buenos y los otros difíciles que siguieron a la Independencia. El Régimen nunca contó la realidad. Y si la salida no fue deshonrosa, a la Guardia Civil se le debe, que supo proteger y salvar, incluso, repito, poniendo en riesgo sus vidas, a aquella colonia compuesta por más de 7.000 ciudadanos españoles. Hace cincuenta años de aquello y mientras el Estado Español parece haberse olvidado de un hecho histórico, que volvió a poner de relieve la importancia y la necesidad de la Guardia Civil, la Liga Pro Derechos Humanos, ha sabido reconocer a quienes un 6 de abril, fecha en la cual los guardias civiles de la Segunda Compañía de Guarnición en Fernando Póo, arriaron la bandera de su campamento y se embarcaron en transportes de la Armada Española para realizar la última singladura que les devolvía a España, arribando en el puerto de Las Palmas de Gran Canarias al grito de ¡Viva España! y dejando atrás historias individuales y colectivas que estamos en la obligación de contar.