Se llama Whole 30 y promete un antes y un después. No es una dieta para perder peso, aunque muchos adelgacen con ella. Tampoco es una dieta para mantener más de 30 días, aunque algunos lo hagan. Más que una dieta, es un experimento. ¿Qué le pasaría a nuestro cuerpo si durante un mes solo le diéramos comida real? ¿Qué ocurriría con nuestra piel, nuestra energía, nuestra calidad de sueño?

Si decides hacer el programa Whole 30, no puedes comer durante un mes ningún tipo de azúcar añadido, productos lácteos, alcohol, granos ni legumbres. En la práctica, esto deja fuera la miel, los yogures, el queso, la leche de vaca, la cervecita, la copa de vino, el pan, los cereales y hasta las lentejas. Quizás te estés preguntando: ¿y qué puedes comer, entonces?

Un mes para comer todos los vegetales que quieras, fruta, carne, pescado, frutos secos al natural y huevos. Más algunas excepciones en la letra pequeña del contrato: la mantequilla clarificada (ghee), las judías verdes, todos los vinagres menos el de malta y, sí, patatas. En ningún caso fritas, por supuesto, y mejor si son boniatos (sweet potato).

No, no es una dieta que dice que las legumbres son malas. Es un programa que te invita a descubrir el efecto que tienen en tu cuerpo ciertos alimentos y cuáles son los que te hacen perder el control sobre lo que comes. Una de las premisas más interesantes es que prohíbe emular pizzas o pasteles con ingredientes saludables. La idea es desaprender malos hábitos, no estar un mes soñando con el atracón posterior.

Yo estoy justo en la mitad del programa, me lo he tomado como un experimento personal. Siempre es bueno poner a prueba todas las cosas que hacemos por poco más que pura inercia. Hace 15 días que no siento ningún antojo, ni he comido fuera de horas. He podido hacer vida social sin necesidad de beber. No estoy deseando que termine este experimento, sino que pienso en cómo incorporar después lo que he aprendido. Sí, voy a volver a comer garbanzos.

Sé que uno de los efectos secundarios de esta dieta es que te hace sentir tan bien que es fácil entrar en una fase evangelizadora. Este artículo no pretende ser ningún sermón. Solo una nota al pie en este domingo para pensar en cuánto de lo que comemos es una decisión propia y cuánto (sobre todo, qué) responde a construcciones sociales, estrés, tristeza, ansiedad o mera costumbre.

Merece la pena descubrir lo dulce y rico que sabe un plátano cuando no tiene que competir en tu paladar con un pastel industrial de seis capas.