Además de un hermoso nombre de mujer, además de ser el nombre de la advocación mariana más querida en Zamora, soledad es un estado de aislamiento; soledad es la carencia de compañía; soledad es un sentimiento; soledad es también un estado mental. Aunque, bien es verdad, no hace falta estar solo para experimentar un profundo sentimiento de soledad. El ser humano es social por naturaleza, eso significa que necesita el contacto y la relación con otras personas. Por muy independientes que nos sintamos, las relaciones interpersonales nos aportan bienestar y seguridad, dos aspectos que son esenciales para mantener nuestro equilibrio psicológico, me lo ha explicado así un gran psicólogo. No podemos aislarnos porque la soledad puede acabar pasándonos factura.

La soledad puede provocar estados de ansiedad, miedo, angustia, desamparo, tristeza e inseguridad. Nada peor que la soledad que empuja a sumergirse en un círculo vicioso que hace perder el interés por todo y por todos. En los casos más severos se puede llegar muy fácilmente a la depresión. No es la soledad algo baladí. Ignoro si la soledad del hombre no es más que su miedo a la vida. No sé si la soledad es una prueba, si la soledad es un problema universal o si la soledad es un buen lugar para encontrarse a sí mismo. Lo que sí sé es que cada vez son más los ancianos, las personas mayores solas, que se mueren en la más estricta soledad, que se mueren incluso de soledad. Porque la soledad pesa y todo lo arrebata en derredor.

Hablan de epidemias, de virus, de bacterias, cuando la gran epidemia de nuestros días es la soledad. Un modelo social que afecta a los mayores. La vejez no vende. Todos tienden a desentenderse del asunto. Ahí están para demostrarlo los sucesos de violencia, depravación y humillación ocurridos en residencias de ancianos, aquí en Zamora, y también en otros puntos de España. Pasado el impacto primero, hay prisa por pasar página. Los ancianos son el grupo social más depauperado, el peor atendido, el más frágil. No son útiles, no están en el mercado del consumismo atroz que nos devora. Si viven, como si mueren. Es inaceptable esa postura que mantiene una parte de la sociedad con respecto a nuestros mayores.

La soledad se ha llevado por delante a muchos ancianos y ancianas que han muerto solos, sin que nadie les haya echado de menos y así, sin vida, han permanecido, días, meses e incluso años en sus solitarios y tristes hogares. Esta sociedad y las instituciones que están en la obligación de protegerlos, ni les salvaguardan, ni les asisten, ni Dios que lo fundó. Encima para tratar de conseguir algún tipo de ayuda para ellos, la burocracia, el papeleo incesante, los plazos, las limitaciones, están a la orden del día. Yo no quiero que mis zamoranicos mayores estén solos, no quiero que sufran de soledad, no quiero que los que están en residencias de ancianos sufran vejaciones y malos tratos, no quiero para ellos lo que egoístamente no quiero para mí. Empaticemos con ellos, pensemos que todos, si llegamos, somos jubilados en potencia. Que en la enfermedad y en la soledad, podemos recurrir a la Iglesia Católica.

Bienaventurados los que saben y asumen que todos somos vulnerables. Bienaventurados los que ayudan, cuidan y respetan a las personas como quisieran que hicieran con ellos si estuvieran en su situación. Bienaventurados los que escuchan. Bienaventurados los que acompañan. Bienaventurados los que dignifican. Bienaventurados los que tratan a las personas con amor. Bienaventurados los que pasan por la vida haciendo felices a los demás. Gracias Javier Fresno por cederme estas bienaventuranza.