El autor francés Marcel Proust (1871-1922), gran retratista de sensaciones, dedicó parte de su obra a explorar su pasado mediante la evocación de recuerdos. Uno de ellos trascendió hasta convertirse en una especie de referencia literaria conocida como "la magdalena de Proust"; una experiencia sensorial que le llenó de felicidad y que narraría en su magna obra 'En busca del tiempo perdido':

"En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclado con sabor a pastel tocó mi paladar? el recuerdo se hizo presente? Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana. Tan pronto como reconocí los sabores de aquella magdalena? apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, las calles..."

Los recuerdos sensoriales afectan a todos los sentidos, pero su acción es más intensa sobre el olfato, pues es el único sentido que posee la capacidad de evocar imágenes. El bulbo olfativo, situado en la parte posterior de las cavidades nasales, es una estructura que procesa la información enviada por los receptores de olores y la dirige al cerebro. Una vez que los estímulos llegan a la región cerebral anterior, se desencadenan respuestas emocionales inmediatas. A diferencia de otros, el olfato es un sentido emocional. La memoria olfativa nos permite asociar un aroma con un recuerdo concreto. Sin embargo, como afirma Diane Ackerman en 'Una historia natural de los sentidos', "existen nombres para toda una gama de matices de colores, pero ninguno para los tonos y los tintes de un olor".

Hace unos días me crucé por la calle con alguien que había dejado suspendido en el aire un rastro de perfume. Nada más olerlo, mi mente me transportó a finales de los años noventa: Cataluña. La Costa Brava. Un restaurante. Un empleo temporal en la hostelería. Un trabajo de verano para estudiantes. Mi primer sueldo. Un chaval de diecinueve años que lucha por cambiar su mundo y vivir experiencias con las que afrontar la vida adulta. Una camarera perfumada con una colonia cuya marca es una firma de ropa. Una fragancia que inunda el espacio donde ambos trabajan. Una atmósfera con esencia de azahar y jazmín. Una mezcla de sensaciones. El rumor de las olas. El aroma de los aceites requemados de las freidoras. Las maravillosas vistas del infinito. Un festival sensorial. Aquel perfume.

Oler una colonia que usaba una pareja que tuvimos hace años nos conduce a revivir algunos momentos de aquella relación, pero también nos dirige a esa persona sin necesidad de dibujarla en nuestra mente; sin fotos ni conversaciones, sin mensajes de audio ni filmaciones. La memoria olfativa es pues la más potente de todas, la más veraz, la más evocadora. Es algo misterioso y complejo. Algo mucho más importante de lo que pensamos. Es la esencia de lo sensible. Puede que perder el sentido del olfato no sea tan dramático como perder el de la vista o el del oído, pero aísla al individuo en un mundo de emociones limitadas. Perder el olfato es perder parte de nuestros recuerdos, ya que en él se comprime la esencia de nuestras vidas. A fin de cuentas, nuestra nariz es nuestra historia.