Hay una realidad que no se puede ignorar cuando se pasea por la ciudad. Su historia es el mejor emblema que podemos mostrar los zamoranos. La carta de presentación ideal. Y con su historia, la realidad de sus monumentos, murallas, iglesias, casonas, palacios, espléndidos todos. Zamora, aun habiendo sido maltratada por el tiempo y la incuria, ahí están por ejemplo sus murallas, contiene una serie de reliquias de enorme valor, vestigios de aquel tiempo glorioso para nuestra ciudad. El estado de conservación de sus iglesias románicas, perdidas algunas durante el siglo XIX, es hoy excelente en general.

La monumentalidad que aparece aquí y allá diseminada por tantos espacios de la ciudad, hablan de su grandeza. Pero la hemos ido dejando solamente en los libros y de la mano de los historiadores. De las gestas de entonces que pregona el romancero, nada. O muy poco. Las hemos recordado en la conversación con algunos forasteros amigos y poco más. No hemos sabido difundir esa grandeza de Zamora, su valor en aquellos siglos, ni aprovecharla como recurso cultural y turístico importante. Sobre todo para ese amplio sector de la población que disfruta del turismo llamado de interior y que viene atraído por la riqueza monumental de un lugar. Hasta ahora no hemos reparado en esta circunstancia tan digna y realizable.

Hoy día el romancero lo tenemos aparcado en el pretérito. La leyenda y la realidad se dieron cita en la Zamora de aquellos siglos. Y ahí, en ese campo de la Verdad, real e imaginario a la vez, que giraría en torno a la iglesia de Santiago de los Caballeros, podrían darse la mano la cultura y el turismo para, juntos, ir edificando un espacio que ennobleciera el lugar y sirviera de reclamo cultural y turístico inigualables. Con imaginación y una fiel traducción del romancero, se podría configurar un espacio que, como un parque temático tan en boga, fuese atractivo para los visitantes y estudiosos de la historia y la leyenda de lugares tan emblemáticos como aquella Zamora del Medievo. Hoy día hay suficientes medios materiales y técnicos para dar forma a las principales gestas del Romancero que tienen que ver con nuestra historia. Hay una gran abundancia de manifestaciones literarias, incluso teatrales, para trabajar en ese proyecto. Será una labor escrupulosa, necesariamente dirigida por expertos en la materia para obtener rigor histórico, que debe girar en torno a las gloriosas páginas escritas por la Zamora medieval. Una vez encauzado el proyecto, deberá ser abordado de forma precisa y minuciosa, sin poner límites temporales a una obra que requerirá la mayor perfección y calidad, resolviendo los obstáculos, sobre todo económicos, que vayan surgiendo. Zamora así volverá a conectarse con su glorioso pasado, hoy tan escondido en ocasiones como esas murallas que tratamos ahora de recuperar para la vista y para el orgullo. Esta es una de las numerosas ideas que ponemos sobre la mesa. Pero no se acaban, no. Tenemos otras muchas, de menor relieve, pero también muy atractivas, que no requieren de una gran inversión de dinero sino de ilusión y ganas de trabajar. Y para ello, como ya señalé hace unos días, las instituciones, políticas, sociales y culturales en la ciudad y provincia pueden, unidas y bien coordinadas, ser magníficas colaboradoras. Una de ellas, por cierto, es la fundación Caja Rural, cuya labor social y cultural, entusiasta y eficaz, me trae el buen recuerdo de aquella Caja nuestra desaparecida por las turbulencias financieras y políticas de todos conocidas. Sin ánimo alguno de publicidad que no necesita, Caja Rural puede ser, en muchas actividades ya lo es, ahí está Zamora 10 como ejemplo, un punto de apoyo imprescindible en esta larga teoría de buenos propósitos, iniciativas que debemos llevar a buen puerto entre todos. Sólo tenemos que poner ánimo, coordinación, entusiasmo. Y sin envidias, ponernos todos a dar el callo.