Hace solo tres semanas, el 28 de abril, votamos en las elecciones generales. Desde entonces, oiga, 21 días únicamente, Zamora ha perdido mil electores. No es que todos hayan desparecido en este periodo de tiempo a razón de 49,52 diarios. No es que se haya producido un mandoble brusco y doloroso de la despoblación, sino que ha seguido el goteo que nos viene machacando desde hace décadas y que ahora se va agudizando con la diferencia entre muertes y nacimientos, la emigración de los jóvenes, el envejecimiento, las bajas en el padrón y demás. No es una epidemia medieval, pero casi.

Mil menos entre votación y votación. Los datos los recogió este periódico el pasado viernes. Aunque ya estás acostumbrado a estos zarpazos, te quedas alelado, como sin respiración. E inmediatamente después, comienzas a echar cuentas: "A este ritmo?" Mejor no pensarlo. Las cifras te llevan al aturdimiento y de ahí a la depresión solo hay un paso. Para evitar caer en ese abismo persigues desesperadamente reacciones a la noticia, mensajes concretos positivos, propuestas de solución, búsqueda de nuevos caminos, imaginación. Incluso intentas hallar arrepentimientos, golpes de pecho, reconocimientos de que algo se ha hecho mal, propósitos de la enmienda. Nada, como si ese terrible recuento de ausencias fuese irreal, inventado. O peor aún, como si se esperara con resignación, como un sino inevitable, como la culminación (por ahora) de una pesadilla a la que nos hemos ido acostumbrando como al cambio de las estaciones o a la Feria del Ajo por San Pedro.

¿Se les ha ocurrido apuntar las veces que nuestros próceres y aspirantes a serlo han aportado ideas para combatir la despoblación? Sobran rayas en el cuaderno. Parece que, tras la manifestación en Madrid de la España vaciada y el calentón de aquellos días, el asunto ha pasado de moda. Somos así de veletas. Claro, alguno argumentará que sí se está hablando de despoblación y que raro es el mitin, rueda de prensa o discurso en los que no salga a colación la pérdida de habitantes, el abandono del mundo rural, la agonía de los pueblos, la amenaza de desertización que se cierne sobre Castilla y León. Y sí, en efecto, se habla, pero para volver, volver a volver, regresar y machacar más en más de lo mismo. Es decir, en hacer estudios sobre el tema, crear comisiones para analizar las causas, elaborar estadísticas sobre evolución de la población y sus repercusiones hasta en el sexo de los ángeles y en el descenso del número de golondrina que nos visitan en primavera. Esos estudios ya están. Llevan tiempo aquí. Hace más de 40 años, un grupo de entusiastas creamos con nuestro dinero una editorial, "Ámbito", para publicar libros sobre temas y problemas regionales. Uno de los primeros volúmenes fue "La población de Castilla y León". Y ahí ya estaban las claves de lo que ha sucedido después. Estaban los datos, los análisis, etcétera, etc. Medio siglo después, continuamos proponiendo más estudios, más ponencias, más convenciones, más congresos sobre lo mismo.

Lo último que se les está ocurriendo a nuestros políticos es proponer un gran pacto de Estado para luchar contra la despoblación (algunos ni siquiera lo llaman así, sino que hablan de "evolución de la población" como si no supiésemos en qué consiste esa "evolución"). Y se quedan tan orondos y satisfechos con esa imaginativa oferta. Bien, no está mal llegar al citado acuerdo. Sin embargo, el pacto nunca puede ser un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar ese fin, que no es otro que frenar la pérdida de habitantes. Y por lo que he oído y leído (aunque sea poco lo que sueltan) me da la impresión de que algunos se conforman con llegar al citado pacto. ¡Hala, ya hemos pactado, ya está todo arreglado, ya hemos hecho todo lo posible por llenar la España vacía! Y no, por ahí no deben ir los tiros. Bienvenido sea el referido pacto, si es que llega a producirse, pero ha de tener contenido. Y mucho, especialmente en medidas concretas realizables, en dotación económica y en voluntad de considerar la despoblación como uno de los grandes problemas nacionales a los que hay que hacer frente cuanto antes y con propuestas y agallas. Hasta ahora no se ha hecho. Durante muchos años, la despoblación no figuraba en ninguna agenda. Es más, se potenció para llenar de obra barata y poco exigente el País Vasco, Madrid y Cataluña, o sea las zonas "desfavorecidas". Y actualmente, cuando no ha habido más remedio que reconocer la tragedia, hay más brindis al sol que actuaciones palpables.

Mil menos en solo un mes? Con eso está dicho casi todo. Pero tenemos que agarrarnos a ese "casi" y, al menos, pelear y no dejarnos engañar más.