En estos días de trajines electorales, estamos mareando la perdiz, así de claro. Volvemos a las andadas de las promesas al tuntún, sin haber dado un palo al agua en nuestras obligaciones institucionales, fueran de gobierno o de oposición, durante cuatro años o haberlo dado sólo lo justo, eso sí, pregonando una tarea de servicio a la sociedad que no coincide luego, por ejemplo, con las quejas en general de las asociaciones de vecinos. Ahora la perdiz se llama Baltasar Lobo y su Museo o Centro de Arte, para el que se proponen no sé cuantas ubicaciones. Este año esta perdiz vuela bien baja, a tiro, la verdad, de algunos pícaros escopeteros del voto. Los zamoranos ya nos hemos cansado de palabras que luego se esfuman cuando se guardan las urnas y se inicia el camino de un nuevo mandato. El abordaje que hemos sufrido todos estos años con la obra del insigne escultor es ya casi un martirio y ha originado un lógico cansancio en los zamoranos que observamos con escepticismo cualquiera de las propuestas que, ahora, siempre ahora, en vísperas de las elecciones, asoman por entre las papeletas y las urnas. Que si el ayuntamiento viejo, que si la antigua diputación, que si el suntuoso edificio del Consejo consultivo al que muchos llamamos con sorna el mausoleo, o el mismísimo teatro Ramos Carrión que algún otro apuntó una vez. También se habló del Banco de España, que ahora se pretende dedicar a sede de la Policía Local. Otra "originalidad" por cierto, que habría que replantearse de una vez por todas, si es que hay solución todavía para una equivocación más de futuro. Sin tratar de imponer una idea, que debe ser consensada entre todos, la realidad de ese Museo o Centro de Arte apunta al mismo castillo y su parque. Y hasta la lógica con la obra exterior de Lobo y el material interior que obra en poder de la fundación. Pero no se trata de imponer ideas o proyectos sino de convencer a los demás sobre la bondad de la propuesta. De ésta y de cuantas otras se planteen por el bien de Zamora, partan de un grupo o de otro, sean del gobierno o de la oposición.

Veinte años. Sí, veinte años lleva la obra de Lobo en Zamora, traída aquel verano de 1999 desde París por la empresa Feltrero División Arte hasta el Museo en la plaza de Santa Lucía. Desde entonces, la donación del insigne escultor se ha convertido en un problema sin solución para nuestros distintos gobiernos municipales. Un servidor lo ha contemplado desde la distancia, al principio con humor, luego con resignación y ahora ya con la misma sátira y paciencia con que lo hacen tantos zamoranos. En cualquier otra ciudad esta situación se hubiera ya resuelto, estoy seguro. Sin recordar ahora el legado de León Felipe, que esa es otra. O el antiguo Matadero. O el Conservatorio. O el parque de Bomberos. O la misma sede de la Policía local. Demasiadas cuentas pendientes para alardear de un buen mandato y recriminar una "herencia" que al pasar del tiempo ya se ve más como excusa que buena razón. Tiempo ha habido suficiente para enmendar o corregir. Porque a este paso la responsabilidad de todo la va a tener aquel alcalde de nuestra infancia, don Francisco Pérez Lozao, el inolvidable profesor de dibujo del Instituto.

¿De verdad es tan difícil llegar a un acuerdo sobre el emplazamiento del Museo o Centro de Arte? ¿Cuesta tanto debatir en una mesa y sobre la realidad, una obra tan interesante para la Zamora del turismo y la cultura? Simplemente debemos escuchar a quienes, al margen del ayuntamiento, por su valía individual, profesional y social pueden opinar y asesorar al gobierno municipal. Hay numerosos zamoranos capacitados para ver los pros y contras de una decisión de esta envergadura y ayudar con su consejo y experiencia a elegir el destino definitivo de la obra del escultor. Y ese es el camino que debemos tomar sin personalismos de grupo o imposiciones por las bravas. La grandeza de la democracia es saber escuchar desde el poder. Y mirar a un lado y a otro de tu sillón. No solo a uno. Esta perdiz, de tanto marearla, al final se nos va a ir volando como algunas otras de infeliz recuerdo. Así que no queda otra que remangarnos, dialogar y después decidir. Sin prisas. Pero sin pausas. Si levantase la cabeza, Baltasar Lobo se exiliaría otra vez en París y esta vez no por ideologías, sino al ver la incapacidad de sus paisanos para ponerse de acuerdo sobre su obra, donación inestimable que no hemos valorado en toda su magnitud. Veinte años, se dice bien, para no ponerse de acuerdo.