Un aforismo dice en latín "primum vivere deinde philosophari", vamos que antes de quebrar neuronas filosofando sobre cualquier tema conviene tener asegurado seguir viviendo. Comer antes que filosofar sería en traslación burda al día a día de cada uno y también al de todos en conjunto.

Y en esas estamos con frecuencia en diversas situaciones que se nos dan en la vida. También en eso estamos cuando hablamos de política y de elecciones, programas electorales, promesas (o compromisos). Ya seamos protagonistas activos o pasivos del frenesí político, ya emisores de mensajes o receptores, no solo nos tocará desgranar la paja que no pesa del cereal que nos aporte nutrientes, sino aquellas cuestiones más sustantivas respecto de las más adjetivas o decorativas.

Después de tantos años distante de la cosa pública, vuelvo a comprobar con qué facilidad la esencia queda arrinconada en beneficio de cuestiones, no tan trascendentes. Vemos cómo las campañas electorales han ido dejando de ser propuestas de contenidos, acciones y proyectos para pasar a centrarse en presentaciones en las que la imagen, un gesto aquí otro allá, la sonrisa siempre "profiden", el corte del cartel a determinada altura de la cabeza, el juego con el blanco y negro o el color corporativo son lo prioritario.

No hablemos ya de los grandes mítines en los que el político nacional de turno se acerca a cada ciudad con un discurso lleno de halagos, piropos y supuesta preocupación por las cuitas de los lugareños, de puntos comunes que repite en uno y otro escenario sin más contenido que aquellas palabras, expresiones, gestos, diatribas contra el adversario o carantoñas a los seguidores propios o a los líderes locales (aunque algunos de ellos sean enemigos declarados) que solo buscan caldear el ambiente, enfervorecer al auditorio para que, en el momento justo, cuando una lucecita roja se encienda en el atril del orador o un colaborador, situado en el lugar adecuado mueva los brazos de la manera acordada y normalmente nada discreta, cortar con el discurso, bajar el tono, mirar fijamente a la cámara o al punto preestablecido y dedicar unos segundos o, en el mejor de los casos, un par de minutos a soltar la parte del argumentario (a veces directamente leído en una pantalla) que esa mañana haya preparado el equipo de campaña para que sea escuchado en todos los hogares de España. Tras ello todo volverá a ser lo de antes, o sea, nada.

Y llegados a este punto pienso si verdaderamente la forma ha de ser lo importante por encima del fondo. Me rebelo contra ello, no sin dudas lo aseguro. Pero soy de origen sayagués, cabezota y morugo por lo tanto según el tópico, así que sigo pensando que aunque hay que buscar la belleza y la calidad en las formas, éstas no deben ser más que el adjetivo que acompañe al sustantivo. Esto es, que Zamora se nos muere de hambre de inversiones, de empleo, de gente joven, de vida y de futuro. Así que, queridos colaboradores en materia de imagen, ofrezcamos filosofar pero, ante todo, ofrezcamos vida y futuro.

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