Mientras escucho (homenaje al pasado) un tardío álbum de Mike Olfield, paso en coche al lado del joven que aguarda en el semaforo, alto, de gafas, con mochila y las piernas algo contraídas. Parado en el siguiente semáforo, veo, por el retrovisor, que, mientras otros pasan, él aguarda a que se abra a peatones. Cuando echa a caminar lo hace con serios problemas de psicomotricidad, pero determinado y a buen paso, y de pronto sus movimientos parecen enlazar a la perfección con el ritmo de Moonshine, un tema de Olfield de gran dinamismo que habla en ese momento de "el día en que soñamos que podríamos ser libres". El resto de viandantes de su ruta parece haber perdido el paso, y, fuera de la música, se mueven torpemente por el mundo, mientras a él lo veo a su ritmo (o sea, el de Moonshine), armónico, señero y victorioso. Entonces el conductor de atrás me pita, con razón, y la magia acaba.