Cada vez que oigo hablar del cumplimiento o incumplimiento de la norma de paridad me asaltan un montón de dudas. No estoy muy de acuerdo con normas, con imposiciones, con ciertas obligaciones al igual que con ciertos compromisos. Estimo que ciertas cosas deben fluir por sí solas, sin necesidad de empujones, sin necesidad de una malentendida obligatoriedad. Leo en La Opinión, nuestro periódico, que seis partidos locales se han visto obligados a modificar el orden de sus candidatos al incumplir la norma de paridad en cada tramo de cinco puestos de cada una de las candidaturas.

Esto de que las mujeres seamos una imposición en función de la paridad no me gusta. A mí, como a tantas mujeres, me gustaría que se apostara más por la valía y no que luego se producen los chascos, se ven las deficiencias y las insuficiencias y eso es malo para la lucha de las mujeres por alcanzar la igualdad. Me hubiera gustado que se hubiera hecho de otra manera más edificante para el conjunto de las mujeres. Y que algunas mujeres dejaran de hacer el gilipollas constituyéndose a sí mismas como abanderadas y heroínas de la causa, de la suya que no es la de todas, porque comparten con ellos ciertos espacios antes reservados en exclusiva al hombre.

Se deberían haber alcanzado metas y objetivos, sin alardes. Todo alarde esconde algo que no me gusta. Todo alarde esconde complejos de todo tipo o tal vez puede que cierto exhibicionismo de género. Puede que haga falta más feminidad y menos feminismo. Puede que algunas cuestiones no deban tener su razón de ser en un decreto, en una ley, en una norma. Sería mejor alcanzar las metas con naturalidad, sin imposiciones que obligan. Estoy convencida de la valía de infinidad de mujeres como lo intentan cada día y lo consiguen por méritos propios. Al igual que estoy convencida del demérito de otras muchas que llegan a la meta por el simple hecho de ser mujeres. Y eso es lo que no me gusta.

Las mujeres, por lo menos algunas mujeres, estamos llenas de capacidades infinitas, y en función de esas capacidades debemos estar, debemos permanecer. Que hombres y mujeres pasen por los mismos filtros y que no haya en absoluto beneficios de ningún tipo que no sean el talento, el mérito y la inteligencia. Hay mujeres que se ven forzadas, que se ven empujadas a realizar esto y aquello cuando en realidad no lo desean. No se trata de cumplir con el cupo de caritas más o menos monas. Se trata de establecer el cupo de talentos, de aptitudes, de competitividad en igualdad de oportunidades y de condiciones.

No me gusta que nos utilicen, fundamentalmente desde la política, mujeres que forman parte del cupo y hombres que desean justificarse a cada paso y cumplir con la norma, aunque no les guste. Por ellos que no quede. Que nadie diga nada. ¿Por qué en política no puede haber listas compuestas única y exclusivamente por mujeres, en función de su valía o única y exclusivamente por hombres, en función de la suya? Entre el torpe lenguaje inclusivo que atenta contra la raíz de este idioma universal que es el nuestro, con palabros que según sus usurarías fomentan la igualdad y las normas, acabaremos todos encorsetados y sin poder respirar o puede que hiperventilando ante tanta gilipollez.

Mujeres, sí. Mujeres al poder, también, pero porque ellas lo valgan, como dice la letra del anuncio aquel. Y no en función del sexo, que no seso, del que a veces carece, en grado sumo, alguna que otra de las que se erigen en salvadoras del género femenino.