No han tardado ni cuarenta y ocho horas en cambiar el disco, cuando aún se respiraba olor a muerto. Han puesto en el reproductor de eslóganes uno utilizado, en su día, por el expresidente que salió deprisa y corriendo tras ser objeto de una moción de censura, para ver si así puede llegar a sonar la flauta. También han cambiado de estrategia, pues aquellos entrañables socios con los que consiguieron gobernar en Andalucía, ahora resulta que ya no son tan entrañables: los unos por pertenecer, según ellos, a la extrema derecha y los otros por ser unos traidores y no ser de fiar. Todo viene a recordar a los Hermanos Marx, especialmente a aquel genio llamado Groucho quien, en una de sus demoledoras frases resumía gráficamente esta situación: "Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros". Eso es lo que decía Don Anselmo, profesor preparador de oposiciones, mientras se tomaba un café calentito en el bar de costumbre. Lo decía, con convicción, a sus compañeros de tertulia.

Alfredo, proyectista de estructuras, apostillaba que ese cambio tan asombroso no cambiaba el fondo sino la forma, para así poder volver a las andadas; como si la gente que había votado no supiera leer entre líneas, y distinguir las arengas anti-independentistas, del salario mínimo, y las corridas de toros de la sanidad pública. Decía también Alfredo que, durante mucho tiempo, los políticos habían tomado a la gente por indocumentada, y que seguían pensando que con dos capotazos iban a quedar al personal más manso que una ternera camino del matadero.

Fermín, hombre discreto, funcionario de toda la vida, que casi nunca deja oír su opinión, añadió que a la gente se le debe un respeto por parte de todos los partidos, y que cuando se traspasa en exceso la línea que marcan el abuso y la prepotencia, pues llegan a pasar estas cosas.

Práxedes, hombre próximo a la iglesia, no dejó pasar la ocasión para dejar claro que ha habido otro partido que no dejaba de hacer genuflexiones, para que se contara con ellos a la hora de gobernar, precisamente ahora, en el momento en que los ciudadanos les habían castigado con un dolor de estómago. Y que le daba la impresión que ya se les había olvidado que no hace mucho tiempo, con su actuación egoísta y sectaria impidieron que llegara al gobierno el mismo partido al que ahora le estaban pidiendo árnica.

Alfonsín, comerciante de los que mete más horas en su comercio que un chino, entiende que el tenderete de la política está montado así, porque de lo que se trata es de gobernar para poder meter la cuchara en el plato, y que falta saber qué será capaz de hacer el partido que ha ganado las elecciones ya que, si con una exigua minoría en el Congreso llegó a coquetear peligrosamente con el independentismo, ahora que ha duplicado el número de diputados, a saberse lo que podrán llegar a hacer.

Rosita, que regenta el bar donde transcurre la tertulia, con la prudencia que da tener que estar detrás del mostrador, añade que no hay que olvidar a ese otro partido que no se sabe bien si va o si viene, ya que lo mismo se posiciona en el noreste como en el suroeste, o se alía con Dios y con el diablo. Dice que ese partido, a más a más, no hay manera de saber si alguna vez va a decir a donde quiere ir, o va a esperar a que maduren los membrillos.

Don Heliodoro, el médico que viene a trabajar todos los días, desplazándose desde una ciudad cercana, está convencido que no existe sinceridad y honestidad en la política, y que, por tanto, no hay que hacer caso a ningún partido. Desea dejar claro que, ese partido que ha aparecido como nuevo en la plaza no necesita carta de presentación, ya que ellos mismos se están definiendo, a base de hacer sonar trompetas imperiales, anteponiendo el pensamiento colectivo - el suyo - a la suma del individualismo de cada uno de los demás, y queriendo confundir a la gente asimilando lo rancio con el progreso.

Todos han expuesto lo que piensan. No se han interrumpido, ni menospreciado, durante el tiempo que ha durado la tertulia, y mucho menos han llegado a insultarse. Ninguno de estos personajes ejerce de analista en ningún medio de información, ni milita en ningún partido político. Pero todos saben leer entre líneas: unas veces acertando, otras confundiéndose. Cambian impresiones con la naturalidad de quien desea que las cosas vayan a mejor. Lo suelen hacer desde el sentido común, pero también desde el hartazgo de seguir percibiendo cómo para los políticos continúan siendo simple mercancía.