Aquella tarde Leticia salió a pasear como cualquier otro día. Sucedió en un pueblo de apenas 500 vecinos y lo hizo sola, por el campo y recién estrenada la primavera. Por mi parte, es todo. Para qué detalles. Baste decir que jamás volvió. Una vez más, la sinrazón volvía a golpear por sorpresa y en esta ocasión con más brutalidad, si cabe, por cuanto la vimos crecer.

Leticia era sencilla y alegre, vitalista, cercana, cordial, familiar, esforzada. "Buena gente", que se dice, emprendedora y valiente. Una mujer con un montón de proyectos para la tierra que la vio nacer. Tenía 32 años y toda la vida por delante como bien más preciado, pero aquella tarde tuvo el infortunio de cruzarse con un descerebrado.

El suceso conmocionó al país y, de inmediato, provocó un encendido debate en los medios y redes sociales. Nada nuevo, por otra parte. Es lo que suele acontecer cuando en hechos tan deleznables como el ocurrido hace ahora un año en Castrogonzalo el desalmado no ha cumplido la mayoría de edad. Hablo de la Ley del Menor y de una controversia que parece no tener fin. Sí, porque el de Leticia no es el primer caso. Ni será el último, lamentablemente.

El origen de la polémica está en la propia Ley del Menor. Y es que, es difícil entender que a un joven declarado responsable penalmente se le aplique un régimen jurídico diferente al de los adultos sencillamente porque no ha cumplido los dieciocho años de edad. Y eso, por monstruoso que haya sido el hecho del que se le acusa.

Argumentan quienes defienden la bondad de la Ley que su objetivo es reinsertar al delincuente. Quizás. Tal vez pero, de serlo, no debiera ser prioritario. Por tanto, convendría ser cautos. Y es que, de un tiempo acá asistimos a sentencias que transmiten sensación de impunidad y generan un sentimiento mezcla de rabia e indefensión precisamente por la tibieza de la sanción. Todos sabemos de ellas. La alarma social que supusieron fue demasiado fuerte como para haberlas olvidado.

Sucede que ante las sanciones aplicadas a determinados hechos tipificados como delitos por el Código Penal se podría pensar que la Ley del Menor tendría que ser más contundente. De hecho, son muchos los ciudadanos que la cuestionan, que piden modificaciones en el ordenamiento jurídico que regula la responsabilidad penal de los menores. Empezaron tímidamente, como a hurtadillas, pero el número fue creciendo y hoy día su voz exigiendo el cambio es un clamor.

Sí, porque por más que la pretendida reinserción sea un objetivo loable el sentido común dice que nunca debiera implementarse a costa de minimizar la pena porque ello supondría un agravio a la víctima de todo punto inaceptable. La proporcionalidad, en cambio, entre delito y sanción hace a la ley más justa, le da sentido, la humaniza. Con ella la sociedad se encuentra protegida. Sin ella hay sentencias que parecen burlas.

Precisamente estos días se ha formalizado la Fundación Leticia Rosino Andrés. La forman, en su mayoría, gentes de la Tierra de Tábara y nace con la ilusión de mantener vivo el recuerdo de su paisana. También, con la noble pretensión de forzar el cambio de la Ley del Menor para que la víctima no se sienta en ningún momento desamparada. ¡Ojalá lo consiga! Sería la mejor manera de honrar la memoria de Leticia.