El sábado pasado, día de reflexión a efectos electorales, bajó el IVA del pan integral.Junto con las últimas sonrisas forzadas y abrazos a los electores, y los últimos mensajes repetidos y desesperados de los candidatos en los mítines para vencer más que convencer -grande Unamuno- el pan se coló en la letra pequeña de las noticias para permitirnos reflexionar sobre algo tan importante como las cosas del comer, que durante la santa campaña habían sido olvidadas entre toros, caza de votos, golpismo de urnas, violencia de género "sí, sí, sí" hasta el final, novios de la muerte, pactos inconfesables, debates estériles, Cataluñas varias y España una.

Ante el caos previsto por la cita electoral, en la que cada partido parecía el del chiste de la revista "Hermano Lobo", dirigiéndose a la multitud desde un balcón:

- ¿Nosotros o el caos?

- ¡El caos, el caos!

- Da igual: también somos nosotros.

Previendo que tras las elecciones ganadores y perdedores relativos o absolutos deberían enfrentarse al caos, al menos encontramos un motivo de reflexión: el pan.

La primera reflexión tenía que ver con la noticia. El pan como alimento simbólico - porque no sólo de pan se alimenta el mundo- tiene un IVA reducido desde hace años, pero hasta el viernes pasado sólo se aplicaba el 4 por ciento de IVA a los panes de trigo, mientras que los demás tenían un IVA del 10 por ciento. La medida es lógica, pero no lo es que hasta ahora nadie se hubiera dado cuenta de esta injusta discriminación con los panes de centeno, avena, mijo, espelta o multicereales, en un claro ejercicio de supremacismo del pan blanco frente al de miga más oscura o plural.

Ha tenido que llegar un gobierno del PSOE escorado a la izquierda por el apoyo de los socios de moción de censura para que se igualen los panes, más feministas además porque están hechos de masa madre y elaborados preferentemente de manera artesanal. El gran avance social de esta medida deja lejos la subida del salario mínimo hasta 900 euros que tanto ha dado que hablar.

Otra reflexión tiene que ver con el momento de su aprobación por Decreto Ley, a dos días de las elecciones, en un viernes social oportunista que, dada la escasa repercusión en prensa, parece más un intento desesperado de apelar al voto de los perroflautas y ecologistas radicales -que son los que comen pan integral- que suelen votar a lo poco que queda del "quince eme" entre los que pasaron de denunciar el caduco sistema electoral del "que no, que no nos representan" a querer alcanzar el cielo del Podemos a través de la podrida e injusta Ley Electoral.

Claro que la medida tampoco es revolucionaria, porque no pasa de ser un mero retoque socialdemócrata que no va a la raíz del asunto. Porque bajar seis puntos el IVA del pan no garantiza que todos puedan comprarlo ni mucho menos que se reparta entre los pobres ni "entre todos aquellos / que hicieron lo posible / por empujar la historia hacia la libertad" (Labordeta, "coño ya").

Y porque lo revolucionario dentro de un orden incluso constitucional, sería que el IVA, que es un impuesto al consumo que pagamos por igual todos los españoles plurales y catalanes varios, independientemente (con perdón) de los ingresos, se aplicara sólo al consumo de los objetos de lujo y no a los bienes necesarios. Mientras la Constitución dice que los impuestos deben ser progresivos para que pague más el que más tiene, la barra de pan cuesta lo mismo al parado que al rico de solemnidad. Y lo mismo sucede con la vivienda para vivir, el coche para trabajar, la ropa para vestirse, los libros para estudiar, las medicinas para curarse, y el café de media mañana para entonarse o descansar. Algunos productos tienen IVA reducido o superreducido, como ahora el pan integral, pero su precio es igual para todos, ricos o pobres. Luego proporcionalmente pagan más los pobres.

Las reflexiones sobre el pan no fueron mucho más allá, porque los defensores de la caza y del jamón -valientes ellos porque están amenazados por el animalismo buenista y terrorismo islámico respectivamente- no han dicho nada sobre un alimento tan humilde como el pan, ni siquiera sobre el "pa amb tomaquet". Se ve que no les interesa lo que come el pueblo.

Así que con estas reflexiones sobre el pan, y con el voto temblando, pasamos el día de reflexión antes del caos. Y llegamos al día siguiente de depresión que, gracias a la tortilla de patatas que gusta hasta a los más católicos, al jamón que no es patrimonio de Vox, al chorizo que sí lo es de algunos partidos, a las aceitunas y alcachofas veganas? y al pan blanco o moreno pero siempre compartido como todo lo demás entre los compañeros en la sede de izquierda unida. Gracias a las viejas canciones que no acabamos de aprender y a los buenos recuerdos que no se nos olvidan, se acaba convirtiendo, lejos de la resignación, en un paso más para la revolución: siempre permanente, siempre lejana.

Hasta siempre.