El miedo es libre. Cuando el miedo se patologiza aparecen las fobias. Pero, en el fondo, el miedo es una falta de seguridad. Tenemos miedo de que nos descubran un cáncer, de que se rompa nuestro matrimonio, de que nos echen del trabajo, de no aprobar un examen, de que nuestro equipo no gane la Liga, de no ser buenos padres, etc. La piscología dice que el 90% de los temores que albergamos en nuestro corazón no llegan a cumplirse, pero, sin embargo, nos preocupamos y anticipamos negativamente a lo peor. Si sabemos que unos familiares están de viaje y les hemos pedido que nos llamen al llegar a su destino y no llaman, empezamos a pensar en cualquier fatalidad, en vez de considerar que quizás han parado a tomar algo en un área de servicio, el GPS les ha llevado por otra ruta o simplemente se les ha pinchado una rueda. Miedo, el miedo es libre, y campa a sus anchas por nuestra vida. Él es libre, pero a nosotros nos tiraniza y nos hace sus esclavos. Miedo es también lo que tenían los discípulos, según nos cuenta el evangelio de hoy. Tenían miedo y habían cerrado a cal y canto las puertas del cenáculo por miedo a los judíos. Y donde el evangelio pone "judíos" tú puedes poner cualquier cosa: tu jefe, una enfermedad, tu quiebra económica, lo que quieras. Porque les habían quitado a Jesús y con Jesús eran capaces de todo, pero, sin Jesús... En aquella tempestad del lago de Galilea, fueron a preguntarle a Jesús, que dormía plácidamente en la cabecera de la barca. ¡Le fueron a preguntar al que menos sabía de pesca y de navegación!, pero Jesús calmó el mar y enmudeció el viento. Cuando contemplaban la estampa penosa de aquella multitud hambrienta le preguntaron a Jesús y él obró el milagro. Cuando Jesús insinúa que le van a entregar, Pedro dice que dará su vida por él. Cuando tienen a Jesús, los apóstoles son capaces de todo. ¡Son los superapóstoles! Por eso, ahora, Jesús resucitado se presenta en medio de ellos, atraviesa las puertas de sus miedos, y les desea la paz: "¡Paz a vosotros!". Porque lo contrario del miedo es la paz, es la certeza de que con Jesús soy capaz de todo y de que lo demás me importa un comino. Y les da dos signos de esta paz: el perdón de los pecados por un lado y la carne de sus llagas por otro. Porque, cuando nos confesamos, desparecen tanto nuestros miedos como el peso de nuestros pecados, y experimentamos la paz que solo Dios nos puede dar. Porque cuando tocamos la carne de Cristo resucitado en las llagas de nuestros hermanos más pobres, experimentamos la paz de estar haciéndoselo al mismísimo Señor. La resurrección lo cambia todo. Y entonces el miedo es de verdad libre. Sí, el miedo, ahora, sí que es libre, porque es liberado y redimido. El miedo es libre y tú también.