Llevo ya muchos años escribiendo este mismo artículo, aunque sea con distintas palabras y con ligeros matices. Casi desde aquel lejano 1977 en el que se celebraron las primeras elecciones de la recién recuperada democracia. Fue un momento de especial ilusión y esperanza para los que no habíamos votado nunca y para quienes, desde los tiempos de la II República, llevaban más de 40 años sin hacerlo. Ha habido ya muchos comicios de todo tipo (generales, europeos, autonómicos, municipales), pero, al menos en mi caso, la ilusión continúa intacta. La ilusión y esa pequeña dosis de responsabilidad que acompaña a uno cuando se acercan momentos como el de hoy en los que tu sufragio puede servir para marcar el rumbo futuro de tu país. La verdad es que me gusta esa liturgia de ir al colegio electoral, entrar en una cabina, coger sobres y papeletas, llevarlos a la mesa, sacar el carnet de identidad, oír tu nombre seguido del clásico "votó", ver el cierre de la ranura de la urna y echar un vistazo a ese mini teatro de la vida que supone el grupo de gentes que deambulan por las instalaciones tras votar, a la espera de hacerlo o como meros espectadores o acompañantes. Recuerdo perfectamente la cara de decepción de un niño, que tendría 6 ó 7 años, cuando su padre, cariñoso y sonriente, le dijo que no podía votar.

-¿Por qué no puedo?

-Porque eres todavía muy pequeño.

- ¿Y cuántos años tengo que tener?

-Dieciocho.

-¡¡Jopé!!

El chaval vería esa edad lejísimos, casi inalcanzable. Seguro que ya ha votado unas cuantas veces. Espero que con las mismas ganas que tenía entonces. Esas mismas ganas que deberíamos tener todos en fechas como hoy. Por eso no acabo de entender a quienes dicen, proclaman y hasta se enorgullecen de que se van a quedar en casa, que no acudirán a votar. ¿Razones? Algunos se limitan al consabido y recurrente "porque no" y de ahí no les sacas. Tal vez porque carecen de más argumentos; quizás porque carezcan de esas ganas que le sobraban al crío anterior. Otros buscan excusas como "todos son iguales", "en mí no piensa nadie", "solo van a lo suyo", si luego van a hacer lo que se les ponga, ¿para qué ir a votar?", "siempre mandan los mismos" y etc, etc.

Es fácil entender que haya mucha gente cabreada, que exista una tremenda y lógica desconfianza hacia políticos que no han dado la talla, que el personal anteponga la solución de sus graves problemas actuales a esas inconcretas y quiméricas ofertas de futuro, pero esto no justifica la abstención, sino todo lo contrario; es decir la necesidad de votar. Y votar, claro, a quien te genere confianza, a quien consideres que hace mejores propuestas para tus intereses, los de los tuyos y los de tu tierra, a quien, en definitiva, encaje mejor con tu ideología, tu forma de entender el mundo y tu manera de ir por la vida. ¿Difícil? Es posible. Pero hay muchas candidaturas y se me hace extraño que usted no encuentre ninguna adecuada, que todas le parezcan rechazables y que, en cambio, esté dispuesto a escuchar a mesías y salvapatrias que todo lo arreglan de un plumazo. De esos sí que hay que desconfiar.

No se quede en casa. No dé la espalda a jornadas tan vitales como la de hoy y la que vendrá dentro de un mes. Vaya a votar, aunque tenga que hacerlo con la nariz tapada, como hicieron muchos franceses cuando les tocó elegir para presidente de la República entre Le Pen (padre) y Jacques Chirac.

Y si no acude a las urnas, y encima alardea de ello, no nos venga mañana con quejas, críticas y sentencias varias. Suele ocurrir que quienes no votan son los que después más despotrican y más se ponen en plan allanatesos: "Yo haría"; "yo lo arreglaría de tal y tal forma"; "yo me cargaría a este y a aquel"; "si todo es muy fácil de solucionar, que me dejen a mí unos días, con pocos me vale"?Y se quedan tan oreados. Eso sí, en la barra del bar o tomando el sol mientras cuentan sus batallitas pasadas, presentes y futuras. Seguro que algunos preferirían que "alguien" superlativo les marcara el camino para así no tener que pensar ni decidir, solo obedecer. Pero, claro, una democracia seria y consolidada como la española nos ofrece y exige otras cosas.

Entre ellas, el civismo de cumplir como ciudadanos libres con la obligación moral y ética de votar cuando haya elecciones para jugarnos el porvenir nuestro y de España.

Espero que hoy nadie lo olvide.