El otro día tuve un sueño en el que me veía convertido en poeta, y ni corto ni perezoso utilizaba pluma y papel, y en cuanto me descuidaba me salían unos versos de José María Pemán, como aquellos de" Porque es igual que tú, claro y sereno". Y en un momento, la pluma tornó a moverse sola, a impulsos, con la impronta que del que ha sido propagandista y firme defensor del bando sublevado, durante la Guerra civil española. Y lo mismo me salía un discurso para el General Queipo de Llano, que una historia de España, para párvulos, dedicada a Francisco Franco. Y es que estaba escribiendo con la mano derecha, y con esa mano ya se sabe que pueden salir cosas como esas. Así que para compensar decidí escribir también algo con la mano izquierda y, sin apenas poner empeño, empezaron a fluir versos, como aquel "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías" fruto de la pluma de Lorca, y aquel otro poema, dedicado a "El gran cero", del exiliado Antonio Machado, el poeta sevillano que decía que la poesía era el dialogo del hombre con su tiempo.

De manera que, en ese trajín de escribir pasando de un bando a otro, lo mismo me salía aquella frase de Pemán de "La desigualdad social es una ley inexorable contra la que no se puede luchar", que el cuento de "El conejito" que escribiera para Manolillo - aquel hijo que no pudo conocer, por estar en la cárcel - el poeta que en su día fuera pastor, llamado Miguel Hernández. Y si ya resulta difícil cortar el rollo cuando uno está despierto, más aún lo es cuando la conciencia se encuentra dormida, porque en esa situación no hay manera de poner orden, ya que las cosas van por donde le parece bien al subconsciente, a la memoria o vaya usted a saber a qué.

En esas estaba, cambiando la pluma de mano, pasando del rojo al azul y viceversa, cuando en plena fase REM de mi sueño, esa en la que el cerebro se encuentra muy activo y no nos deja mover, acertó a pasar por allí el falangista Dionisio Ridruejo, aquel poeta que saltó del fascismo más recalcitrante a posiciones próximas al liberalismo y a la social democracia, en los años en que Franco, acabada "la Guerra", campaba en España por sus respetos. Encarcelado por el "Régimen", por considerarlo un peligro para el sistema, de la pluma de Ridruejo salió "La carabanchelera" - que yo ahora reproducía como mía - lo que no dejaba de ser una paradoja ya que quien había sido su verdadero autor, también lo era de algunas estrofas de el "Cara al Sol"

No es lo mismo transmitir sentimientos cuando uno lleva una vida normal y muere en la cama, que cuando abandona este mundo en el exilio, o en la cárcel, o delante de un pelotón de ejecución. Ni siquiera es lo mismo cuando se trata de transmitir sentimientos primarios, como el amor o el odio, porque ni las rimas, ni la composición, ni las metáforas, ni siquiera las palabras, llegan a sonar lo mismo, aunque parezcan iguales, ya que estarán envueltas en la pátina de lo más íntimo del poeta y consecuentemente podrán llegar a arañarnos el corazón. Por eso cuando se leen determinados versos, como "Las nanas de la cebolla", no se puede por menos de sumirse en la tristeza del autor, en los motivos que le impulsaron a decir aquellas cosas, y llega a entenderse porque lo escribió precisamente así, y no de otra manera. Por eso, algunos poetas se hacen sentir más que otros y llegan a emocionar en mayor medida.

No puede transmitir lo mismo un cuento escrito en la cárcel, sobre un papel higiénico, como en el caso de Miguel Hernández, que en otro satinado y perfumado con jazmines del jardín de su finca de recreo gaditana, como en el caso de Pemán, mientras, lo alternaba con algún escrito de propaganda del Régimen.

En plena fase REM, no sé cómo, llegó a aparecer en mi sueño un rayo inspirador que me trasladó a otra época, a unos años que no me resultaban próximos, de forma que me permitió considerar los hechos con mayores dosis de imparcialidad. Y así pude escribir, sin sobresaltos el soneto "A una nariz" de Quevedo, y "Las Soledades" de Góngora, y las "Coplas a la muerte de su padre el Maestre de Santiago Don Rodrigo", de Jorge Manrique. Hasta que llegó un momento del que no pude recordar nada, ni siquiera una estrofa de Joaquín Sabina, de esas llenas de sarcasmo e ironía que me gusta cantar por la mañana, bajo la ducha. Entre tinieblas, debía perfilarse, en alguna parte, la silueta de Luis Cernuda, en su exilio mexicano, llevando su latente homosexualidad como buenamente podía.