En nuestro tiempo, habría acaparado sin duda los titulares de noticias en el mundo cristiano: "María Magdalena, la primera testigo de la Resurrección". Tratándose de una mujer, y en el mundo antiguo, podemos imaginar el poco crédito que su testimonio, pudo merecer entonces.

No obstante, los evangelios dejan claro que al pie de la cruz fueron las mujeres quienes aguantaron el tipo, mientras que apóstoles y discípulos, excepto San Juan, ni estaban ni se les esperaba.

Ella se dió prisa para ir al sepulcro del Señor y éste le premió con la primera aparición. Por los evangelios sabemos que, tras la resurrección, Jesús se dirigió con palabras a tres personas directamente : a Pedro, a Tomás, reprochándole su incredulidad, y a María Magdalena a quien el Señor frena su entusiasmo con la conocida frase que ha dado nombre al tema artístico tantas veces retratado: "Noli me tangere": No me toques. Deduciendo también de este hecho que ella se abrazó a Jesús, para convencerse de lo que estaba viendo, aunque el Señor la aparta. Hay traducciones del evangelio que dicen: "No me toques", otras ponen: "Suéltame, que aún no he ido con mi Padre".

La confianza y acercamiento de María Magdalena al Señor pesó menos en la tradición que su vida antes de conocerle. De ahí que algún Pontífice interpretara en la antigüedad, peyorativamente, los textos evangélicos haciéndola pasar por una mujer de mala vida.

Los papas últimos han ido corrigiendo aquella imagen reconociendo los méritos indiscutibles de ella en los comienzos del cristianismo que por otra parte siempre la ha venerado como santa. En Zamora tenemos una bellísima iglesia con su advocación. Que La Magdalena estuviese platónicamente enamorada de Jesús no puede escandalizarnos. La vida y obra del Señor es lo suficientemente atractiva como para entender la capacidad de seducción que su personalidad suscita; otra cosa es lo que pueda dar de sí la novela de esa atracción, que no deja de ser conjetura. Lo que los creyentes valoramos es el ejemplo de fe y entrega al Señor. El valor y la resolución de una mujer que al conocerle encuentra un nuevo sentido a su vida y, al ser la primera testigo de la resurrección, se lo proporciona a los demás que eran presa del abatimiento.

En el arte, con el morbo de la historia infundada de su mala vida, la vemos generalmente representada "haciendo penitencia", y en el Museo del Prado tenemos un cuadro de Ribera con dicho título, pero diríamos que por costumbre o encargo, ya que el pintor nos muestra una mujer de gran belleza sin ningún signo de mortificación y con mirada beatífica, al estilo de los rostros arrobados del Greco.

Creo recordar, era el cuadro preferido del Museo, del actual rey de España, cuando era príncipe.

En el Museo Nacional de Escultura de Valladolid podemos contemplar otra Magdalena penitente que muestra un semblante de indudable sufrimiento aunque con un tipo delgado para la época y de top model para hoy. Es obra de Pedro de Mena, escultor de primera línea del barroco español.

Ella tiene ese protagonismo de pionera, de creyente "avant la letre", de enamorada de un Dios, hecho hombre, al que no da por perdido ni tras la muerte. Para el cristianismo es un referente de fe cuya actitud y apuesta por el ser amado se prolonga en mujeres que expresan similar apasionamiento como Teresa de Ávila, Teresa de Calcuta o Sor Juana Inés de la Cruz, monja escritora mejicana del siglo XVII, cuyos versos parecen dictados por La Magdalena tras aquel momento del "noli me tangere":

Detente sombra de mi bien esquivo

imagen del hechizo que más quiero,

bella ilusión por quien alegre muero

dulce ficción por quien penosa vivo.