Recuerdos, recuerdos, recuerdos? Comenzó la Semana de Zamora, la Semana de los zamoranos. La Semana del orgullo de ser de esta pequeña, arrinconada, ciudad que si nominalmente Santa es durante una Semana, resignada, ella y su provincia, lo son todo el año. Con ella llega en cada calendario la llamada a los hijos de la diáspora. El retornar temporal del exiliado a la tierra infecunda que un día lo vio marchar, como lo volverá a ver partir al finalizar la Pasión.

Llegan a la vez que ellos el olor de las garrapiñadas, de la cera en las velas y del alcanfor en las túnicas. El aroma a cuarto cerrado en dependencias de las casas que un día rebosaron vida y hoy permanecen vacías y silentes. Que otrora fueron hogar y hoy almacén, depósito, arcón. Llegan los visitantes -aun siendo dueños- a batir palmas rompiendo el sonido del silencio que nos llena por costumbre.

Ruidos, ajetreos, llantos y risas de niños y jóvenes. De hijos y nietos que caen en tropel, con más fuerza ahora que en Navidad. Llegan los novios y novias foráneos, yernos y nueras que descubren, no sin sorpresa con frecuencia, que la fe mueve montañas y no solo la fe religiosa sino la fe vital que nos apega a la tierra con la que nuestra piel tomó contacto por primera vez. Y ven y viven esa fuerza interior que al zamorano emigrado le ruge por dentro cuando se acercan estas fechas.

Semana Santa en el corazón. Zamora en el corazón. Pasado, presente y futuro en el corazón de los que aquí estamos todo el año, con mayor o menor frecuencia de escapadas a por ese otro oxígeno que no se encuentra en el aire puro sino en la actividad y el movimiento. Y sobre todo en aquellos que están fuera pero, por eso mismo, la sienten más cercana, más dentro de sí, más carnal. Esa Zamora que les hiere por dentro cuando la piensan desde lejos en el espacio y a la que muchos desean volver aun sabiéndola lejos en el tiempo.

No, Zamora no es solo Semana Santa, ni hay una sola Semana Santa en Zamora. Como definiera tan maravillosamente el gran Claudio Rodríguez todos llevamos una ciudad dentro. Todos los zamoranos además llevamos una Semana Santa dentro, cada uno la nuestra, para odiarla o amarla, para ensalzarla o denostarla, para lucirla o huirla pero siempre, indefectiblemente para sentirla nuestra.

Torciendo el verso de la trova de Milanés, el zamorano que está fuera, el que en algún tiempo lo hemos estado, acercándose estas fechas siempre cantamos, en la caja de resonancia torácica, el anhelo aquel de pisaré las calles nuevamente de lo que fue y es, la Zamora del alma. Aquí y ahora encontramos el recuerdo más universal y también el más íntimo. Pasión, memoria y Vida concentradas en la mirada de La Esperanza, el semblante de Nuestra Madre o la lágrima de La Soledad.

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