Me declaro una feliz madre soltera de una preciosa niña de 94 años que me hizo madre cuando cumplió los 88. Ella es mi todo. Vivo bajo su techo. La cuido. La mimo y eso a pesar de los momentos duros y difíciles, que los hay. Me compensa más su eterna preocupación por mi salud, por mi bienestar, por mi trabajo, por mis pequeñas y grandes cosas, en definitiva, por mi vida. A mí la que me importa es la suya que vigila muy de cerca un médico extraordinario, el doctor Pablo García Carbó.

Siempre me he sentido muy unida a los ancianos, a las personas mayores. Y eso me ocurre desde que era una cría. Todo el respeto para ellos. Sin los ancianos el mundo no sería igual, nos faltaría algo importante, puede que el grado de su experiencia, su mirada que refleja no sé si una ternura cansada o un cansancio enternecido, su palabra, su ayuda, sobre todo cuando arrecia la tempestad del tipo que sea. Qué sería, en momentos de crisis, sin la ayudica del padre o la madre, del abuelo o la abuela. Y no sólo como niñeros, también rascando de su pensión para el pan de cada día o el recibo del teléfono.

Por eso me rebelo y me pongo de mala leche cuando escucho noticias como la ocurrida en una residencia de la Tercera Edad de Madrid, llamada 'Los Nogales'. La Fiscalía ha denunciado a tres de sus empleados por maltratar a dos ancianas. Me pregunto ¿dónde coño estaba el director o directora? ¿No hay nadie que supervise la labor de los trabajadores? No todo el mundo vale para trabajar en una residencia. Que se abstengan los que no están dotados de paciencia y de otras cuestiones necesarias para la óptima atención de los ancianos. Vuelvo a decir que las residencias están en entredicho y no me equivoco. Escucho a diario las quejas de muchos familiares. Me cuentan cosas que me espeluznan. Y eso, los pertinentes servicios sociales de las distintas instituciones de Zamora no pueden ni deben pasarlo por alto. Es verdad que hacen un caso como ayer que ya pasó.

En Los Nogales, los ancianos fueron golpeados y vejados verbalmente. Los videos que recogen las escenas son espeluznantes. Estamos hablando de personas vulnerables, de personas a las que hay que llevar entre algodones y no emplear un látigo o hacerlas sufrir de palabra y de obra. Durante el cambio de ropa las salvajes ahora denunciadas, ojalá Fiscalía se emplee a fondo con ellas, medio ahogaban con la ropa a las ancianas, las golpeaban con fuerza en la cabeza, propinándoles estos y peores malos tratos físicos y psíquicos. Vuelvo a decir, ¿y la dirección del centro dónde estaba para cortar de cuajo semejantes comportamientos? Hay que estar más vigilantes. Si no es por las cámaras que recogieron los palos y las vejaciones, las tres empleadas hubieran continuado su terrorífica labor con esas y con otras viejecicas con las que me solidarizo.

Nuestros mayores necesitan más atención por parte de la familia, de los centros en los que residen y de la administración que no tutela con el rigor debido. No se puede zarandear a un anciano, no se le puede vejar, no se le puede golpear la cabeza, no se le puede pegar un manotazo. Pues todo eso y mucho más recibieron las dos ancianas agredidas reiteradamente. Tanto como nos preocupamos por la suerte que puedan correr los distintos animalitos del Planeta Azul y cuan poco nos preocupamos por nuestros semejantes. Como si al cumplir los 70 o los 80 ya no fueran nuestros semejantes y sí unos molestos fardos. ¡Por favor!

Pinzar la nariz de una anciana durante unos segundos, como recoge uno de los videos, es como poco de cárcel y para inhabilitar al cuidador. Por favor, amor y respeto a los ancianos.