El ciudadano común debería tenerlo claro. Lo que algunos no tienen demasiado claro es aquello que pueda ser el ciudadano mismo.

Como único y verdadero protagonista de la vida política, el ciudadano es quien trabaja honradamente, quien procura a diario el sustento y bienestar de su familia, quien hace números, quien ahorra lo que puede, quien disfruta algo, también lo que puede y la Hacienda pública le deja, de esta perra vida, todo desde la esperanza para él y los suyos de un futuro mejor. Es fácil, sencillo y "llano", como diría en expresión muy propia J. Locke, padre del liberalismo y gran defensor del individuo y su libertad.

Pero resulta igualmente llano lo que no es. Hoy ninguneado además de saqueado, el ciudadano común no es un político con cargo, un profesional que vive de lo público, ahora aquí ahora allí, todo depende, pues de lo que se trata realmente es de conservar nómina, despacho y poltrona. Tampoco es el liberado sindical, que en su lucha heroica por la clase obrera dejó tajo y trabajo hace veinte o treinta años, para llegar cómodamente a la para él muy dorada jubilación, preferiblemente máxima y anticipada. Que para eso acredita infinitos méritos, infinitos sacrificios con duros, durísimos años de lucha por lo social y los amados compañeros.

Vamos, politiqueo y socialburocrcia a la plana y la llana.

Como el ciudadano común nunca será todo eso, porque lo suyo es trabajar, ahorrar y mirar por lo que justamente le pertenece como legítima y hoy expoliada propiedad, debería tenerlo claro. Aunque quizá no tanto, porque acaso los políticos en su totalidad, y esperemos dejarlo en un casi todos, hacen lo que pueden para que el asunto, especialmente lo suyo, siga igual con el mejor pasar posible. O sea, lo de siempre. De números y trabajo poco, porque para eso está la honrada y sufrida ciudadanía. ¡A pagar y votar!