Ni Estados Unidos, ni China, ni Rusia. Las potencias a las que me refiero nos afectan directamente. Son mucho más sutiles. Son tres capacidades que no todas las personas aglutinan pero que, sin embargo, ayudan a llevar una vida más plena, más próxima a eso que llamamos felicidad y que en realidad nadie ha sabido definir de forma convincente.

De la felicidad y sobre la felicidad se han dicho muchas cosas, se han dado muchas definiciones, hay un tratado de citas y frases célebres para que cada cual adopte la suya. Incluso hay un Día Internacional de la Felicidad aprobado por la Asamblea General de la ONU. Todos queremos saber de la felicidad y sobre la felicidad. Me quedo, entre tantas, con dos consideraciones, una es de Benjamín Franklin, la otra es de Jean Paul Sartre. El primero sostenía que "La felicidad humana no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los día". El segundo consideraba que "Felicidad no es hacer lo que uno quiere si no querer lo que uno hace". Los dos tenían sus razones.

Me temo que ser feliz todo el rato, a todas las horas no es posible, puede que incluso se tornara aburrido. La vida está hecha de momentos dulces y amargos, de momentos buenos y malos, de altibajos, de tristezas, de alegrías, de buenas y de malas noticias, de disgustos y alegrías, de decepciones y de aciertos, vamos, de todo un poco como en botica. Estoy segura de que si las cosas ya han ocurrido no podemos hacerles frente, pero lo que sí podemos hacer es enfrentarlas de forma inteligente. Ahí es donde entran en juego las consideraciones de la terapeuta de familia, Sara Pérez Tomé. Esta prestigiosa terapeuta del Gabinete Sophya habla de que son tres las potencialidades que nos permitirían ser más o menos felices en función de las reacciones que tengamos frente a los distintos acontecimientos de la vida.

Resulta difícil imaginar la identidad de las tres potencialidades de la felicidad. Quizá porque no las cultivamos. Aquí están: Potencia de la empatía. Potencia de la asertividad y Potencia de la resiliencia. Oímos hablar de ellas pero son como un eco lejano en nuestra vida. La empatía porque es la capacidad para conectarse a otra persona, saber responder a las necesidades del otro, compartir sus sentimientos y lograr que el otro se sienta bien. La asertividad porque es la capacidad para transmitir a otro tus posturas y opiniones de manera eficaz y sin sentirse incómodo. Es la capacidad de ser hábil en el momento de comunicar tus ideas, de tomar decisiones y relacionarte con el resto de personas. Y la resiliencia, porque es la capacidad que tiene un individuo o un grupo de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro. Por cierto, la resiliencia está vinculada a la autoestima que tantos pierden con tanta facilidad.

No debe ser tan fácil aunar las tres capacidades. Sin embargo son las que más nos acercan a un estado de felicidad que muchos persiguen y pocos consiguen. Ya digo, la felicidad constante debe ser aburridísima, tiene que haber altibajos para poner el necesario picante a la vida, eso sí tomándose los bajos con la necesaria resiliencia. No nacemos con esas potencias al parecer tan necesarias, pero es verdad que pueden ir forjándose a lo largo de la vida, en los procesos de madurez y desarrollo personal. No hay nada que con el esfuerzo necesario no se pueda aprender. En lo que no podemos caer es en la creencia de que no necesitamos a nadie para continuar el camino o el hecho de sentirse superior a los demás porque, entonces, se nos haría todo más cuesta arriba.