Con las procesiones de Semana Santa salen a la calle multitud de imágenes del reo más famoso del mundo, Jesús de Nazaret, retratado en infinidad de Pasos o secuencias del trayecto de la Pasión que comienza en la Última Cena y acaba en otra, tras la resurrección, la cena de Emaús, tan emotivamente descrita en el evangelio de San Lucas, y pintada por artistas como Caravaggio que consigue mostrar la cara de estupefacción de los discípulos que acaban de reconocer al Señor que ha cenado con ellos y no le han reconocido hasta el momento de partir el pan. El pintor italiano era un artista de la expresividad espiritual, aunque los personajes religiosos de sus cuadros tienen el rostro de gente de la calle.

Seguro que todos los artistas e imagineros tienen en mente algo, o copian de modelos de carne y hueso para representar al Señor y sus discípulos, porque no tenemos de ellos datos físicos para seguir un patrón de su semblante o figura.

Las representaciones más antiguas de Jesús están en las catacumbas pero son pinturas muy posteriores a su paso por la tierra y su función no era documental sino piadosa y simbólica, como es el caso del "Buen Pastor", considerada una de las primeras. ¿Cómo eran el Señor y los apóstoles? Ni de los evangelios ni de otra fuente o documento tenemos noticias al respecto. Hay un pasaje evangélico de la Pasión que nos pone aún más difícil la pregunta; se trata del momento del prendimiento, con la traición de Judas y el beso que da, como contraseña, a los secuaces. Esto quiere decir que el Señor y los apóstoles debían tener un aspecto parecido, seguramente todos con barba y túnica, lo que podía dar lugar a confusión y equivocarse con el detenido. La historia y consecuencia de estas similitudes externas se acentúan cuando Pedro, al poco, es reconocido por una mujer y él lo niega y luego, como es sabido, amargamente llora, tal como muchos artistas lo plasmaron después; pudiendo nosotros dejar aquí constancia de uno que supo poner en sus lienzos mucho más que fisionomía: el Greco, en sus distintas versiones de "Las Lágrimas de San Pedro"

En el caso de que, en lejanos tiempos, hubiera retratos del Señor las probabilidades de llegar a nosotros eran escasas debido no sólo al deterioro, con el paso de los siglos, sino que a mayores la Iglesia padeció la herejía iconoclasta que era contraria a toda representación de la divinidad y el culto a los santos en efigie, lo que dio lugar a destrucción masiva de imágenes. No olvidemos tampoco los siglos de persecución de los cristianos hasta el Edicto de Milán en el año 313.

Con tal ausencia de datos o referencias fisiológicas que tampoco existen en los evangelios, la historia del arte cristiano inicia su andadura de la mano de los arquetipos de la época y lugar. Decíamos que existe un "Buen Pastor" pintado en las catacumbas y hay otro posterior que sigue los patrones de la escultura clásica romana. Esta ha sido la tendencia hasta hoy. El Gótico tiene sus cristos característicos al igual que el Románico o el Renacimiento y Barroco; este último estilo caracterizado por la exaltación expresiva de llagas y dolor. En Zamora hay dos muy característicos que reflejan tanto lo mejor del estilo al que pertenecen como la excelsa categoría de sus autores: El Cristo de las injurias y el Jesús yacente, ambos de autoría aún no demostrada con plena certeza.

La Semana Santa, en sus Pasos, viene a rellenar ese vacío iconográfico del que adolecen las fuentes más antiguas del cristianismo que, por contra, tiene de la Pasión un relato aceptablemente secuenciado en los evangelios que el culto ha revivido desde muy antiguo. Curiosamente, en el camino del Calvario se habría producido ese retrato perdido del Señor en el paño de la Verónica, aunque este episodio, tan representado en el arte no viene de los evangelios canónicos sino de los apócrifos. Aún así la tradición piadosa no se ha resignado a esta ausencia de retratos o efigies originales de Jesús. En la catedral de San Salvador, Oviedo, se venera el paño de la Santa Faz, que según el evangelio de San Juan, era la tela mortuoria que cubría la cara del Señor. Es muy popular entre los peregrinos el dicho: " Quien visita Santiago y no al Salvador, honra al criado pero no a su Señor".

La literatura también ha intentado describir el aspecto físico del Señor y en concreto la mística, con múltiples ejemplos de visiones que han experimentado los santos y directa o indirectamente han descrito. Tenemos el ejemplo de nuestra Santa Teresa, con una visión contada de su puño y letra: " Acaece acá cuando Nuestro Señor es servido de regalar más a esta alma; muéstrale claramente su sacratísima Humanidad de la manera que quiere, o como andaba en el mundo o después de resucitado...y queda tan esculpido en la imaginación esta imagen gloriosísima que tengo por imposible quitarse de ella hasta que la vea adonde para sin fin la pueda gozar".

En resumen, Jesús se deja hacer su retrato en nuestra mente y en nuestros corazones; luego viene la imagen en 3D que procesiona o a la que rezamos como manifestación del amor o fervor que sentimos. Es por ello que cada uno, o en grupo, tenemos esa viñeta visual piadosa en la que vemos al Señor en primer plano o en secuencia procesional.

A un servidor le quedará, hasta el fin de sus días, la foto fija del Bendito Cristo de Villarrín de Campos, entronizado, o la del Nazareno del que alguna vez he sido humilde cargador.

La respuesta concreta a la pregunta que encabeza el artículo no ha lugar porque el amor la hace innecesaria y el arte nos da infinidad de respuestas.