Deslumbradas por el mito del mal llamado Estado del bienestar, las clases medias activas y propietarias viven espejismos completamente falaces. En nuestro país lo fiaron todo a unos pocos ahorros, una o dos viviendas, una educación que permitiera prosperar a los hijos, preferiblemente con plaza de funcionario, y una sanidad digna junto a un sistema de pensiones capaz de garantizar una vejez pasable.

No se entiende la inmensa ceguera de quienes viven de tales esperanzas. Por poco que se analice, las clases medias a estas alturas deberían tener claro que sus ahorros se los come la inflación año tras año, que el valor de sus viviendas va a ser fagocitado vía impuestos o restricciones al uso y el alquiler, y que el sistema educativo, víctima de una destrucción planificada a lo largo de décadas, hace tiempo ha tocado fondo no ya, que también, a nivel de enseñanza primaria y secundaria, sino de una Universidad desprestigiada, ineficaz y cuyos títulos tienen el valor que tienen, salvo para los instalados como casta académica, en realidad burocrática y funcionarial; para el resto, alumnado masificado, auténtica fábrica de parados.

Porque los hijos de la clase media, hoy de funcionarios nada de nada. Lo de puesto y plaza en la Administración fue más bien cosa del señor Paco, por motivos políticos que están en la mente de todos.

En fin, algo parecido a lo que ocurre con la sanidad, cuyas excelencias han sido tan cacareadas y publicitadas, aunque, pese a los avances tecnológicos importados, no es ni de lejos lo que fue hace dos décadas, entre otras cosas porque ha incorporado a varios millones de beneficiarios, aplicando el principio absurdo, demagógico y profundamente injusto de una sanidad gratuita y universal.

Pero quizá nada comparable con la situación del sistema de pensiones, esa falsa y un tanto hipócrita ambición no ya de las clases medias, sino de toda una población, cotizante o no, contributiva o no, que ha hecho suya la propaganda de demagogos interesados, propalando la especie de que todo el mundo tiene derecho a pensión revalorizada, al parecer porque los miles de millones de euros necesarios para financiarla caen generosamente de los árboles año tras año. Como maná del desierto, está vez no por voluntad divina, que lo de Dios ya no se lleva, sino de un papá Estado solidario y democrático, además de recaudador. O sea, que, a día de hoy, un déficit anual de treinta mil millones; y creciendo, cómo no.

Magnífico, prometedor futuro para las clases medias propietarias, llamadas dentro de unos días a depositar su voto. ¿Para qué, para perpetuar este colosal e inmenso engaño?