En una mañana limpia, lozana y pizpereta, los medios de comunicación habían logrado reunir a los políticos que ocupaban los principales puestos de gestión en las distintas administraciones, ya fueran alcaldes, diputados, senadores, o ministros, con la osada intención de entrevistarlos a tumba abierta, sin el filtro impuesto por la línea editorial de cada medio, sin tener delante el muro corporativista tras el que solían parapetarse los cargos públicos, sin el freno que produce tener enfrente alguien que está ostentando el poder. Previamente se había acordado que nadie fuera con papeles, ni con eslóganes redactados por los aparatos de los partidos, sin ningún tipo de limitación en las preguntas, y con el firme compromiso de contestarlas sin salir con subterfugios, como el tan socorrido de aludir al tiempo si se llegaba a preguntar por la precariedad de la sanidad en las zonas rurales, por poner por caso.

Todo estaba preparado. Los periodistas habían ensayado concienzudamente, en sus redacciones, como debían reaccionar cuando algún entrevistado saliera con el "y tú más" o con el socorrido uso de manidas y sobadas palabras, como "transparencia", "ciudadanía" y "transversalidad", que tanto les gustaba usar cuando no sabían cómo salir de un apuro. De la misma manera, los políticos, conscientes que habían agotado la paciencia de los ciudadanos, manipulados durante muchos años con el uso y abuso de inconcreciones, o con burdas disculpas de los autores de falacias, o con la presunción de honestidad por parte de los partidos, estaban dispuestos a confesarse sin temer la previsible aspereza que pudiera llevar la penitencia de confesar sus pecados.

Y así sucedió que, a la mínima intención de preguntar algo por parte de un imberbe becario, cierto político, con décadas de experiencia, soltó un espiche sobre la mejor manera de hacerse con una suculenta comisión en la cosa de las adjudicaciones, y la inmediata estrategia que había que seguir para que el dinero esquilmado llegara lo antes posible a un paraíso fiscal. Porque, a veces, añadió el ponente, vienen mal dadas, y algún juez se empeña en que se devuelva el dinero; de manera que nada mejor que pasar por insolvente, aunque, eso sí, desde la reparadora sombra que ofrecen las palmeras de una paradisiaca isla caribeña.

Una mujer de porte elegante y mejor curriculum, de esas que se han ganado el respeto de la gente, sugirió que alguien contara como eran las artimañas usadas para asegurarse el futuro, cuando, pasados los años, el partido ya no les asegurara el acceso a alguno de los deseados puestos del aparato del Estado. Al poco, se oyó una voz semiapagada al fondo de la sala, que venía a decir que había que ser generoso con los poderosos cuando se estaba gobernando. Como quiera que alguno no llegó a entender bien sus palabras, requirió si podía repetirlo; pero el silencio se hizo dueño del ambiente durante unos largos e interminables minutos. Los mismos que necesitó un veterano de la información para preguntar a un recién llegado al mundo de la política, que es lo que había que hacer para ocupar puestos de relumbrón cuando se llevaba tanta juventud encima, a lo que el flamante líder, sin ningún ambage, respondía que "entrar de niño en el partido": eso, y ser obediente, siguiendo escrupulosamente los dictados de los que más mandan.

Un rosario de informaciones con nombres y apellidos, complementados con generosos detalles de los continuos y miserables engaños que solían urdir, salieron a la luz con sorprendente generosidad de detalles. Y es que, los allí asistentes estaban convencidos que una regeneración del mundo de la política era necesaria, y que la gente que se dedicaba a eso no tenía por qué ser diferente al resto de los ciudadanos, y que, por tanto, debía estudiar como todo hijo vecino, para sacarse un título universitario, y a ser posible, aprobando en la primera convocatoria, para así demostrar mejor su valía.

Todos juntos, llegaron al convencimiento que aquello no podía continuar de aquella manera, y que el acceso a la política debía limitarse solo a aquellos que tuvieran verdadera vocación de servicio. También se convino que cualquier ciudadano tenía el mismo derecho al ejercicio de las libertades, que los medios dedicados a la salud debían ser accesibles a todos los ciudadanos, y que el acceso a los puestos de trabajo, bajo las nuevas premisas, debía quedar garantizado.

Fue aquel un día venturoso, de manera especial para los asistentes que procedían de las tierras de la España vacía. Y ya, por la tarde, cuando el sol tenía un color mezcla de salchichón y morcilla de Burgos, la gente que había asistido al evento, se abrazaba con fuerza, sin disimulo, dejando ver una sonrisa limpia y abierta, fruto de la esperanza que daba pensar que, a partir de aquel momento se había empezado a recuperar el futuro.

Pues eso, que cuando terminé de escribir este relato de ficción, no pude encontrarle mejor título que el de "La mentira más grande jamás contada".