"Se le debería haber concedido la excepción suprema de asistir a sus funerales en el papel", dice Arcadi Espada sobre Ferlosio, muerto el lunes. Tal vez se nos debería conceder a todos. Aunque claro, entonces no sería una excepción. La muerte de tan ingenuo (que, etimológicamente, como nos recuerda Savater es quien ha nacido libre) ser, ha producido la eyaculación de múltiples plumas célebres del país. País de obituarios. Nos hubiera gustado mucho a los lectores de sus pecios, que así era como llamaba a sus aforismos o escolios, ver, oír, leer su reacción a tal catarata periodística. A los que seguimos vivos su muerte nos ha servido para gozar de numerables piezas periodísticas perfectas, redondas, bien trabadas, originales, literarias. Escribo muerte y el corrector pone suerte. Tal vez a veces la muerte sea una suerte, tal vez el corrector sea un cachondo o un místico, tal vez a nadie le pase esto con el corrector y me pase a mí para que pueda meterlo en un artículo. Los artículos tienen que estar vivos, o sea, sin suerte, sin muerte. Tienes que estar preparado para escribirlo y que le entren cosas que se cuelan por la ventana. Si pasa un gorrión hay que meterlo en el artículo, lo mismo que si pasa un filatélico, una lagartija, una bella señorita o un coche fúnebre. Si no metes la realidad en los artículos corres el riesgo de que te queden apelmazados, como con cemento, tristones, incomibles, rígidos, poco proclives a que alguien pueda desayunárselos. Un churro. Pero un churro de artículo, no un churro de desayunar.

A estas alturas de la columna no sé si quiero glosar la figura literaria de Ferlosio (le pedías un artículo y redactaba 36 folios), celebrar la vigencia de la prensa y su capacidad de reacción y producción literaria con celeridad o qué. Nótese que el agotamiento de las fuerzas da como resultado un mal acabado de la frase interrogatoria, que culmina con un «que» (celeridad o qué) que queda desvaído, muerto, dando coletazos. Una infame muletilla, si es que hay muletillas fames. Será hoy el día de la muerte de alguien. Sobre el que nadie escribirá nada. O se morirá un célebre y nos demostrarán que el obituario no es un género muerto. Si me hubieran dicho que parte de mi trabajo matinal consistiría en leer a Arcadi (los devotos de Espada lo llaman Arcadi) y a Savater, también a Miguel Ángel Aguilar, no me lo hubiera creído. Pero así son las cosas. De hecho, como no diría Ferlosio, la vida te da sorpresas.