¡Que no es socialdemocracia, que es PSOE!

El sanchismo podría pensarse como un espectáculo, un esperpento, una calamidad en lo político que nunca hubo de ser y menos aún debimos padecer. Pero de ningún modo se tendrá por anécdota ni casualidad.

Como el zapaterismo, el sanchismo es consecuencia de la profunda crisis de una socialdemocracia sin futuro ni horizontes. En la Europa central y nórdica, con países de más tradición cívica, al menos va trampeando; tampoco mucho, la verdad, pero mal que bien aguanta el tirón.

No así en la Europa mediterránea, donde los partidos socialistas han sido barridos a causa de sus prácticas, su desprestigio, su modo de hacer política percibido por la ciudadanía como dispendio, abuso y prepotencia. En España más que en ningún otro de sus vecinos, de Grecia a Portugal pasando por Italia y Francia.

Porque, aquí, el socialismo ha mostrado su peor cara a modo de patrimonialización de lo público, clientelismo, corrupción y desprecio de la ciudadanía. Es por eso que, una vez agotado el felipismo, en realidad oportunismo si no bastante más, y no por lo bueno, dentro de la coyuntura excepcional de la transición, el socialismo español carecía de alternativas. De ahí el zapaterismo como escuela de demagogia, arribismo y revanchismo. Pero ¿tenía el socialismo español alguna otra cosa que ofrecer y de que echar mano?

Finiquitada dentro y fuera la socialdemocracia de toda la vida, había que buscar nuevas fórmulas. El asunto es que, en un mundo globalizado, con una sociedad cada vez más abierta gracias a tecnologías que, guste o no, disuelven los viejos principios socializadores y colectivistas, era preciso resucitar mitos rancios, así la República, la Guerra civil, Franco, la dictadura, el Valle de los Caídos; y también publicitar otros tan vacuos como el ecologismo, el cambio climático, las cuestiones de género; en el fondo, cualquiera que viniera bien a efectos de propaganda.

De ahí a lo vulgar, al espectáculo y la demagogia bananera no había sino un paso. Ya se dio. Políticamente, el socialismo hispano va camino de convertirse en algo tan impresentable como el socialsanchismo, versión autóctona si bien no menos peligrosa que el chavismo bolivariano. Populismo a la ibérica, muy castizo, chulapo y andalú; digo el populismo, que no el personaje.

O sea, que Dios y las urnas nos libren. Con suerte lo harán al menos de ministros/as estrella si no estrellados, igual que de otros/as con mucho, pero que mucho acento. Aunque vaya usted a saber. Porque de optimismo poco, o más bien ninguno.