En los medios de comunicación proliferan las secciones para detectar las informaciones falsas publicadas por los otros medios, nunca por las falsedades propias. Este voluntarioso celo inquisitorial olvida que no nos nutrimos en determinadas cabeceras a pesar de sus errores, sino que su sesgo constituye un atractivo adicional. La voluntad de corregir al contrario se ha acentuado a raíz de la entrevista de "El Economista" con el embarullado Daniel Lacalle, otro ejemplo de que la condición para figurar en la lista de Pablo Casado consiste en superar al líder providencial en meteduras de pata.

En la conversación con Lacalle ha pasado desapercibida la feliz frase "hay que reducir burocracia", que forzosamente implica reducir burócratas, denominación despectiva para el funcionariado. La atención se ha concentrado en otro abstruso pronunciamiento del profesor, "el debate no es cuánto se revalorizan (las pensiones), sino cuánto se recortan. Un 20%, un 30% o un 40%". El candidato insiste en que se refería a otros países, pero desde luego que no en la versión publicada.

Bienvenido a la calle, Lacalle. Se puede admitir que el insigne economista padece de una confusión intelectual de altos vuelos, por comparación con el caos pedestre de Adolfo Suárez Illana, donde el problema no es si aprendió a leer sino si se debe educar en esa práctica a personas que no pueden asumir la sobrecarga intelectual y emocional de un texto. El cuatro de la lista del PP por Madrid dobla en capacidad al dos, como su propio número indica, pero participa de la presunción de imponer sus doctrinas pésimamente enunciadas a votantes muy bregados. Ni recortará burócratas ni bajará las pensiones, salvo que atice una revuelta de chalecos amarillos no independentistas. Son candidatos poco habituados a la respuesta, y menos a la revuelta. Lacalle no conoce la calle, y puede ser más peligroso que la calle no sienta interés por Lacalle.