Mucha gente dice que Torra es la marioneta del huido de la justicia, Puigdemont (no lo digo yo, lo dijo el propio Puigdemont cuando advirtió que el mandato de su sustituto sería provisional y con carácter interino), lo dijo quien, a su vez, había sido designado a dedo por el condenado Más (no lo digo yo, lo de condenado, lo dijo el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y el Tribunal de Cuentas) quien, como es sabido, era uno de los "delfines" de Pujol, el patriarca del tres por ciento (no lo digo yo, lo del 3%, lo dijo Pascual Maragall cuando era presidente de la Generalitat de Cataluña) y Más pasó a ser el número uno de su partido, merced a haber saltado el caso de las ITV del presidiario Oriol Pujol, hijo de Jordi (no lo digo yo, lo puede decir el director del centro penitenciario de Brians 2).

Son solo unas pinceladas de los principales protagonistas de la reciente historia de Cataluña, a quienes han seguido, a pies juntillas, una parte importante de catalanes, al haber tomado sus mensajes como dogma de fe. Y es que cuando uno se empeña en ser un nacionalista independentista, no ha de importarle dar de lado a aquellos con quienes ha estado luchando, codo con codo, durante muchos años, ni que la cultura, la religión y las costumbres no sean factores determinantes para ello.

Un nacionalista que se precie deberá asumir que es diferente a los demás y, por ende, superior a los que no piensan como él. Habrá de levantarse todas las mañanas convencido que el resto del mundo estará tramando algo para impedir que se cumplan sus sueños. Además, tendrá que tener claro que elegir un enemigo común, para echarle la culpa de todos sus males, resulta imprescindible. Una vez superado este periodo de "formación" se estará en disposición de sacar a la luz una lista de afrentas, ataques y daños sufridos por el "opresor", para demostrar que se es un pobre "mártir". También deberá destacar y elogiar el buen hacer de su Moisés particular, quien, de haber hecho alguna maldad seguro que lo habrá sido porque hacía falta hacerlo y, además, en cualquier caso, sus maldades siempre serán menos importantes que las protagonizadas por los viles "opresores".

La solución final de este problema queda en el aire, ya que resta conocer cuánto podría durar ese anhelo en plena efervescencia, y si su tiempo podrá contarse en días, años o siglos.

Que se sepa, es el Vaticano el único estado que lleva más de veinte siglos funcionando, sin grandes sobresaltos, con su peculiar sistema, en el que nunca un sacristán ha llegado a ser jefe del estado, por mucho que a alguno se le haya ocurrido tan brillante idea. Y es que su organización no lo permite, como tampoco ve bien que un monaguillo se vista con las ropas de celebración que suele usar el cura párroco.

Pero si en una institución religiosa como esa han cabido Papas, como los Borgia -a la sazón jefes de estado- de los que se dice que eran promiscuos hasta las trancas, y que el veneno, las intrigas y el nepotismo formaban parte de sus modus operandi ¿que puede esperarse de aquellos otros estados que, por definición, anteponen los bienes terrenales a los espirituales?

Los dogmas de fe solo caben que existan en instituciones religiosas y en temas relacionados con la trascendencia, pero no en asuntos de este mundo, ni siquiera en los que traten sobre la independencia, y menos aun cuando se hace uso y abuso de los sentimientos más íntimos y profundos de la gente, porque la manipulación por parte de quienes manejan los hilos del poder, siempre oculta defectos y ensalza virtudes, según lo que demanden sus propios intereses.

Se tenga o no espíritu independentista, se debería admitir que las verdades absolutas no existen, y que los abusos y los errores se producen en todos los bandos. De ahí que, quizás, haya que analizar previamente quienes están vulnerando, en mayor o menor medida, los derechos y las libertades del conjunto de los ciudadanos, para poder inclinarse hacia un lado o hacia el otro, porque de nada sirve crear escenarios sin tramoya dando la espalda a las evidencias.

Lo malo es que una vez que se ha llegado a poner la venda para no ver aquello que no le viene bien a las propias ideas, hace que uno se aferre con más fuerza a sus convicciones y llega a ser difícil quitársela, porque sería tanto como admitir haberse equivocado.

Nada es eterno, y llegará un día en el que alguien barrerá el polvo depositado en el suelo de este solar, llamado España, y en el aparecerán las huellas de lo que está siendo este montaje teatral cuyo innegable argumento no parece ser otro distinto que el egoísmo de los intereses económicos.