Las noticias y circunstancias que se nos presentan cada día nos envuelven muchas veces en una nebulosa de pesimismo que se transforma con demasiada facilidad en apatía y conformismo. El mundo, nuestro mundo, ha cambiado demasiado rápido, el ser humano parece olvidar a Dios y el desánimo se vuelve eje transversal de las conversaciones de muchos cristianos, concluyendo con un "para lo que hay, hagamos lo de siempre y ya está".

Esta respuesta podría parecer un ejercicio de humildad, pero muchas veces oculta detrás: el miedo a mirar la realidad, la preferencia por lo cómodo, el temor a arriesgarse o la cobardía ante la responsabilidad propia. Nuestra barca no encuentra peces, los caladeros están vacíos, las redes gastadas, nuestras fuerzas extenuada; pero Jesús nos dice "Remad mar adentro" (Lc 5, 4): agarrad, con la fuerza que os queda, los remos que tenéis y seguid siempre más adelante.

No podemos padecer la vida como objetos inanes, que sufren las cosas que le pasan, espectadores pasivos de un espectáculo que se nos arroja en la cara y ante el cual lo mejor es permanecer quietos, no siendo que alguien vaya a recriminarnos que navegamos en dirección contraria a la corriente, que hemos optado por sacar la cabeza y pensar por nosotros mismos.

Esta llamada a la acción es una exigencia humana, pero es que además como cristianos tenemos la responsabilidad no volvernos piezas grises de un engranaje económico para ser precisamente fuentes de Vida, aliento ante el desánimo para nuestra sociedad, reflejo de la Luz que deshace la oscuridad de la tristeza; creer en Cristo debe alentar a promover una vida vivida en plenitud.

Los cristianos no estamos muertos, pero a veces sí estamos dormidos, como la hija de Jairo, por eso debe resonar en nosotros ese "levántate" (Mc 5, 41), levántate del sofá, de tu mesa de trabajo, de la pantalla de tu móvil; y actúa, propón, anuncia, ama. El cristianismo es un encuentro personal con Jesucristo, que lleva a una respuesta personal en la Iglesia. Un "hágase" formulado en primera persona para el que no valen las excusas: culpar a otros, achacarlo a la estructura, mirar a la jerarquía o dolerse de las circunstancias; la pregunta es ¿y yo qué hago por llevar la luz de mi fe al mundo?

San Francisco Javier pedía "hombres para mucho" en la evangelización de Japón; hoy podemos decir también que la Iglesia necesita hombres y mujeres "para mucho", llevamos un gran tesoro que no podemos esconder junto a las pelusas que se acumulan bajo el sofá de nuestro conformismo, hoy debemos levantarnos y seguir a Cristo.