Cada uno es responsable de su voto y por lo tanto, contra lo que se diga, uno siempre sabe lo que vota. Nadie se confunde. Nuestra decisión es acertada porque con el voto procuramos intervenir conscientemente en la realidad. Con el voto repartimos un número de herramientas para que se gestione lo público. Es cierto que hoy con el voto también se gestiona lo privado, pues hemos permitido que a través de los medios se gestione nuestra intimidad y nuestro ocio, pero es una malversación de la democracia que habría que corregir.

Lo que se hace después con esas herramientas, es la cuestión. Y ahí sí que podemos ser todo lo críticos que queramos con el resultado. Pero la crítica será desigual. Quien sólo pasea por un espacio, sólo se afecta por la calidad de los caminos. Pero quién crece en un espacio, se afecta por la luz, el agua, el clima, los cuidados? Quien gestione ese espacio, debiera considerar importantes todas las necesidades. Es cierto que los mayores votan poco a las izquierdas, las más preocupadas por las políticas sociales, pero sus necesidades deben ser contempladas minuciosamente, incluso el respeto a sus manías, votar a las derechas es una. Es cierto que los niños no votan, pero no hay nada más importante hoy que hacer asambleas con niños para que empiecen a responsabilizarse y hacer suya la ciudad que hoy es recreo, mañana es jardín de amistad, pasado será taller y empleo de saberes.

La palabra gestión por sí misma no dice nada. La "suma de haceres" con la que los gestores quieren hacer balance y trampolín electoral, no significa nada en absoluto. Gestión también es destruir. Para los que pensamos que la sanidad ha de ser pública, la gestión de la Junta es nefasta. Pero para el que se embolsó los millones del Hospital de Burgos, la gestión, que le llevaría su tiempo, su quehacer de lobbys y maquilas, fue un saber hacer.

Para algunos, gestionar lo público es como gestionar una familia. Grave error. Una familia a veces tiene que decidir entre salud y educación, entre vacaciones y horas extras. Los ayuntamientos no. Porque cuentan con un presupuesto relativamente estable y garantizado, una familia no. La familia debe ahorrar para lo que venga, los ayuntamientos no. A los ayuntamientos que presumen de ahorrar, habría que suspenderles. Es una barbaridad no invertir todo el dinero en la mejora de las ciudades al final de cada ciclo. Un ayuntamiento no necesita más que reservar un partida para pagar las deudas inmediatas asumidas. Unos vecinos no necesitan un padre tacaño y frío ante las necesidades inmediatas, eso ya lo da, sin votar, la vida. Porque no es su casa, es la de todos, y porque urge invertir, que se nos va la vida?la del común.

Para algunos, la gestión es cosa de expertos. Muchos que han entrado en ayuntamientos se rinden pronto a uno de los dos desgobiernos, a saber: la corrupción y la incapacidad. De la corrupción sí que tenemos master aprobados sin plagio, y de una originalidad que pone a prueba nuestro sistema judicial. La incapacidad pasa más inadvertida y es menos castigada políticamente. El político que no tiene política, abandona su decisión a los técnicos. Un error que solemos pagar con sobrecostes en todo lo que se aprueba.

La política es el arte de lo posible y hay que aprovechar los momentos que La Fortuna pone en el camino. Quien dispuso de la oportunidad de gestionar un cambio y no lo llevó a efecto, no será más que un mediocre consciente. Que no se nos vuelvan a colar estos gestores. Necesitamos más arte.

(*) Secretario municipal

de Podemos