El pasado 19 de marzo, las Escuelas Católicas han enviado a los directores de los colegios pertenecientes a esta federación un decálogo de actuación frente a los abusos sexuales en sus centros e instituciones* que trae causa del Encuentro "La protección de los menores en la Iglesia" celebrado en Roma del 21 al 24 de febrero y presidido por el papa Francisco**. En el discurso papal que cerró este encuentro, tras reflexionar sobre la lacra social, "universal y transversal", que suponen los abusos a menores y ver en ellos una manifestación del mal ("estamos delante del misterio del mal"), el Papa reconoció que también se producen dentro del seno de la Iglesia: "Debemos ser claros: la universalidad de esa plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades, no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia". Tras esto, el Pontífice, apoyándose en las "Best Practices" formuladas por diez agencias internacionales bajo la dirección de la OMS, propone una serie de medidas concretas, "dimensiones", que van de la seriedad ("La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso") a la formación, acompañamiento y purificación ("El santo temor de Dios nos lleva a acusarnos a nosotros mismos -como personas y como institución- y a reparar nuestras faltas").

El Decálogo de las Escuelas Católicas, "un documento sencillo que trata de orientar a quienes deben intervenir ante un caso de abusos a menores en nuestros centros e instituciones", es una especie de manual de urgencia para quienes hayan "observado indicios o hayan recibido una denuncia (tanto de hechos actuales como pasados)".

Bienvenidas sean cuantas medidas sirvan para la protección de los menores en todos los ámbitos y muy especialmente en lo que atañe a la protección de su intimidad y sexualidad; ahora bien, somos muy dados a legislar, o proponer nuevas medidas, ante la explosión pública de una determinada situación delictiva y mucho menos a reflexionar sobre si la legislación vigente y su aplicación son suficientes. Es un hecho que se han multiplicado las denuncias de abusos sexuales sobre menores dentro de la Iglesia y no es menos cierto que los medios de comunicación se han hecho eco de la situación; lo uno y lo otro, más los medios que las víctimas, han supuesto un zarandeo para la Iglesia que le ha llevado a mostrar en público no solo su petición de perdón, sino su propósito de enmienda y de ahí el conjunto de medidas propuestas.

Ahora bien, ¿qué aporta de novedoso este decálogo y, por tanto, cuál es su finalidad? En realidad, ninguno de los diez puntos de actuación aporta nada que no esté recogido en los protocolos de cada una de las CCAA y que son de obligado cumplimiento en todos los centros educativos con independencia de su titularidad. Sólo aspectos puntuales que hilan con la propuesta de acción del discurso del Papa, como son la creación en cada centro de un Comité de Crisis y el tomar medidas aun en el caso "de que el acusado haya fallecido o el delito haya prescrito".

Puestas así las cosas, más bien parece que este decálogo solo servirá de vademécum al tiempo que de intento de paliar la presión que ejercen las denuncias y los medios de comunicación sobre la institución eclesial. Ahora bien, quizás sí que refleje un cambio en la Iglesia respeto a este tema tan criminal como el abuso de menores: la asunción de que, siendo graves los hechos, la tradición se ha movido en el ocultamiento. Y aquí es, y en este mismo diario ya lo señalé, donde se sitúa la tragedia añadida de buena parte de las víctimas: los protocolos no se ha activado porque, ante el indicio, como recogen todos, alguien decide ocultar la denuncia, con medios más o menos torticeros, anteponiendo diversos intereses a lo esencial, la protección de los niños.

Por lo tanto, el asunto ha de ser la activación de los protocolos ante el indicio de un abuso y, en el caso de los centros religiosos, abandonar definitivamente la práctica de ocultamiento o la infravaloración que históricamente han mantenido, como ha reconocido el propio Pontífice en el discurso que vengo mencionando: "Ningún abuso debe ser jamás encubierto ni infravalorado (como ha sido costumbre en el pasado)." Y no solo por no añadir más delitos al criminal de los abusos sexuales, ni siquiera por limpiar la imagen de la Iglesia, sino porque las víctimas son niños que deben gozar de la máxima protección si no queremos una sociedad condenada a su autodestrucción.

Así que, amén; y si no cumplieren estos buenos propósitos y este "ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar esta brutalidad", que Dios se lo demande y la ley se lo castigue.

(*) Experto Universitario en Convivencia Escolar