Se van a cumplir cuarenta años desde que, tempranamente, nos dejó Ignacio Sardá.

Como profesor grande que fue, se aunaban en él su erudición y su vocación.

Excelente pedagogo, quería que sus alumnos aprendieran a través de su propia reflexión, para tener cuanto antes una madurez que les permitiera llegar por ellos mismos a conclusiones. En su Academia promovía tanto el trabajo en grupo como el individual, era totalmente opuesto a la disciplina rígida, en su clase reinaba siempre un ambiente estimulante para la creatividad. Esta pedagogía -sabía de los métodos de Waldorf, Montessori y Decroly que explicaba a los futuros maestros- iba acompañada por una didáctica clara debida a sus múltiples recursos intelectuales.

Fue un humanista con una gran personalidad pues a la par que daba un sentido racional a todo, íntimamente era de convicciones católicas sin que ello le supusiera la más mínima contradicción. Conocía a los clásicos griegos y latinos, y en su coherente pensamiento filosófico, de raíz tomista aristotélica, mantenía que la inteligencia es la parte fundamental del alma inmortal. Practicó la poesía de lo que dan fe sus premios literarios, y también fue escritor de teatro y de narrativa.

Estudioso de las artes fue director del museo de Zamora, sito en la calle Santa Clara, y se opuso con buen criterio y con todas sus fuerzas a su derribo; por lo que entró en política municipal para desarrollar una honesta oposición desde su puesto de concejal. El ayuntamiento lo nombró, a título póstumo, hijo adoptivo de la ciudad en una decisión corporativa llena de afecto y reconocimiento. Su interés por la conservación del legado artístico zamorano no se limitó a la ciudad; acudió siempre a las llamadas que desde los pueblos le hacían pidiendo ayuda para ser asesorados, o para que no se sacaran de sus iglesias retablos o cuadros, para ello no dudó en enfrentarse a algunos obispotes de las dos diócesis de la provincia zamorana. Hoy los mayores recuerdan a aquel, "aquel señor", gracias al cual se conservan las obras que consiguió retener para ellos, ayudando a sus padres a defender los derechos del pueblo.

Y dejó una viuda que le sobrevivió hasta hace unos meses -Amparo Pascual, pero para todos y para ella misma fue Amparito Sardá- que siguió amando a su esposo en la memoria, y que gracias a los buenos oficios de ella hemos tenido acceso a la publicación de los inéditos del maestro y a su presencia permanente en nosotros durante todos estos años.