A medida que pasa la vida el tiempo se tensa. Muchos días nos humilla con los recuerdos y nos recuerda lo que fuimos y lo que somos. Los años, simultáneamente, dibujan perfecciones e imperfecciones. Creo que son la confesión formal de nuestra existencia...

Hace años, bastantes, al llegar la primavera, los niños éramos compromiso de calle. En los barrios era posible ver la expresión de la dulzura... ¿Lo recuerdan? En aquella época nuestra existencia no estaba acosada por la tecnología, y lo único que nos hacía volver a casa era el grito de nuestra madre diciendo: "A qué me quito la zapatilla".

¿Dónde están los niños de ahora? ¿En la melancolía del recuerdo de sus padres? Los barrios se han vuelto silenciosos; parecen desmayarse entre la pena de lo que fueron y lo que son. En las ondulaciones de la sencillez de otras épocas veo: las tabas, el peón, los cromos, la bicicleta y hasta el bote de mercromina. Qué de heridas de guerra curaron nuestras madres con ella... Antes, todo tenía un gesto menos hostil que ahora, si un niño se cargaba un cristal con el tirachinas, se arreglaba pacientemente y sin buscar culpables. A día de hoy, cualquier cosa, por pequeña que sea, la magnificamos. En otras épocas, todo era solicitud de cordura, prudencia y amistad. Pero por lo visto el fuego de lo humano se apaga, ahora los niños son la cantidad suficiente de megas para estar entretenidos y el espacio reducido de una habitación. Antes, no eramos niños con obesidad, a pesar de comer buenos pucheros y buenas hogazas de pan, todos gozabamos de buena salud. Claro, todo el día en la calle, montando en bici o jugando a la tula es lo que tiene...

Los recuerdos son profundos pensamientos que no se pueden vivir. Pero, a veces, es bueno entregarse a ellos, para reconocer lo efectiva que era la austeridad.