Hubo un tiempo en Roma en el que la miseria moral estaba tan extendida que alcanzaba a sus propios dioses. Los tribunos se servían de sus cargos para enriquecerse, el Senado estaba corrompido, las instituciones no funcionaban y la justicia, en mano de leguleyos, había derivado en una farsa. Un tiempo, aquél, en el que la opulencia de algunos velaba las necesidades de la mayoría.

La población se distribuía, entonces, en 1.790 propiedades privadas particularmente suntuosas y en otras 46.602 con una ostentación ligeramente inferior pero igual de deslumbrantes. El resto, gentes llegadas de todos los puntos del imperio, deambulaba en torno a las fantásticas quintas y por las noches se hacinaba en edificios que apenas reunían condiciones mínimas de habitabilidad. Por si esto no fuera suficiente, y como consecuencia de la densidad de población, la ciudad sufría una imparable especulación del suelo que venía a aumentar las dificultades para encontrar alojamiento. Al decir de los historiadores, cerca de un millón de personas luchaba cada día en sus calles por sobrevivir.

Se trataba, sin duda, de una realidad explosiva, como mínimo inquietante por lo que tenía de extrema. Las diferencias entre patricios y plebeyos eran abismales. Los conflictos, constantes. Sin embargo, al margen de cualquier tipo de consideración la Roma de los césares es fascinante. Y es que, jamás hubo lugar con mayor concentración de monumentos públicos.

Según expone Gilles Chaillet en su obra Nella Roma dei Cesari, en el año 314 d. C. Roma contaba con 11 foros, 967 baños, 11 termas, 1.352 fontanas, 19 acueductos, 37 puertas, 9 puentes, 12 basílicas, 43 arcos de triunfo, 8 bibliotecas, 2 anfiteatros, 5 circos, 2 naumaquias, 3 teatros, un odeón y un estadio. Cerca de 200 templos acogían a las múltiples divinidades y 11 columnas, 80 estatuas, 22 grupos ecuestres y 3.000 pedestres se repartían por los diferentes barriadas en honor de sus héroes. A esta explosión de imaginación y de capacidad organizativa habría que sumar 6 enormes obeliscos cuya presencia recordaba permanentemente que Egipto era una provincia romana y 26 arcadas que embellecían inmensos parques en los que se ofrecían recitales poéticos y conciertos.

En esta Roma espectacular, siempre según Gilles Chaillet, había 322 barrios, todos con su propio altar en el que honrar a los Lares, 22 cuarteles, 204 hornos estatales, 2.300 almazaras y 104 letrinas públicas. Existían también 46 lupanares registrados.

Con esta colosal infraestructura la ciudad alcanzó unos niveles de desarrollo que otras culturas no conseguirían sino muchos siglos después. Baste decir, como ejemplo, que entre las múltiples opciones de esparcimiento que la ciudad ofrecía a sus ciudadanos un romano podía elegir entre asistir a una carrera de cuadrigas en el circo Máximo, tomar un relajante baño en las termas de Caracalla, o bien pasar el día de "compras" por los mercados de Trajano, un enorme complejo comercial distribuido en seis niveles y cercano al foro del emperador. Así fue según dicen los que saben. Hace casi dos mil años, por increíble que pudiera parecer...

La semana pasada he vuelto de Roma. He pasado unos días en la ciudad eterna, pocos para saborear todos sus rincones, para saber de cada una de sus fuentes y plazas, pero callejeando por la zona antigua he podido sentir esa fuerza que la ha mantenido grande y bella durante más de dos milenios.

Pidamos a los dioses que siga viva, que su historia no se pierda. Que se prolongue hasta el infinito en las generaciones venideras.