Google ya no es solo una empresa tecnológica cuyo producto principal es un motor de búsqueda, sino también un verbo. En el año 2006, el diccionario de la lengua inglesa Merriam-Webster Collegiate Dictionary incluyó el término por primera vez en una de sus actualizaciones. Y en 2010 fue elegida palabra de la década por la American Dialect Society. A pesar de que el equivalente en castellano del verbo to google, googlear, no ha sido admitido aún por la RAE, su uso es más que frecuente a la hora de referirnos a la acción de buscar información a través de su motor. Pues bien, dentro de esa información potencialmente recuperable se encuentran también los datos personales de mucha gente. ¡No me diga que usted nunca ha puesto el nombre de alguien entre comillas para saber algo más sobre esa persona!

Esta práctica, tan común desde hace tiempo en los Estados Unidos, y hoy día en todo el orbe occidental, ayuda a algunas empresas a recabar información sobre sus empleados, ayuda a los jefes de personal a tomar sus decisiones e incluso ayuda a las parejas que se conocen a través de las aplicaciones para ligar a tener más datos sobre su match; la persona que pretenden desvirtualizar. Del mismo modo que hoy día no tenemos necesidad de acudir a la biblioteca para buscar información en la enciclopedia, tampoco necesitamos preguntarle al vecino si tiene algún detalle sobre los nuevos inquilinos del edificio. El motor de Google es, en otras palabras, una forma de jugar con ventaja, un archivo mundial desregularizado. De hecho, se ha implantado entre la sociedad la errónea creencia de que "si no estás en Internet es que no existes". Sin embargo, resulta sorprendente descubrir la cantidad de gente cuyo nombre es apenas rastreable en la Red. Y tal vez una existencia no googleable sea una existencia más cómoda, más anónima, más feliz. Y es que Google se ha convertido en un enorme archivo de errores y aciertos, de militancias y entrevistas, de blogs, fotos y tuits, de filias y fobias, de nuestras apariciones en el BOE o en los registros de una carrera popular, en resumen; de parte de nuestra historia como ciudadanos. Un vestigio de nuestras vidas que resulta imposible borrar; nuestra huella digital, un pasado irreversible que nos dota de un perfil público que no solo permite a la multinacional manejar nuestros datos, sino que también, como diría Andy Warhol, nos otorga nuestros quince minutos de gloria, o, mejor dicho, nuestros quince resultados de gloria. Una popularidad algorítmica que ni siquiera es elección nuestra.