Todo evoluciona. Algunas veces para que las cosas vayan a mejor, otras para echar de menos como iban antes de haber cambiado. Claro que, en uno y otro caso, la sensación que llega a percibirse depende de la distancia con que sea mirado el acontecimiento en cuestión y de la perspectiva del espectador que lo esté enjuiciando. No es lo mismo evaluar un determinado hecho veinte años después de haber sucedido, que, si han transcurrido cuatro o más décadas, porque en todo ese tiempo se han podido producir hechos importantes. Por otra parte, se suele pensar que lo que se ha vivido en directo no hace falta que nadie se moleste en explicarlo, de ahí que se consideren más fiables los recuerdos que lo que alguien pueda contar en publicaciones y libros.

Todo evoluciona, y también la Semana Santa, tanto en su celebración como en su representación en forma de procesiones, ya que ha cambiado mucho el estilo de vida de la sociedad. De manera que hay quien la siente como un hecho puramente religioso, y quien la vive como una representación en la que prima más la tradición que cualquier otra consideración, como también a quienes les tiene sin cuidado tal celebración, porque están pensando, desde Navidades, en que llegue esa semana para poder irse a la playa.

Si nos ceñimos a la Semana Santa de Zamora, y aunque a los visitantes les parezca detectar mucho silencio y recogimiento en los espectadores que asisten a los desfiles - por nosotros llamados "cofrades de acera" - lo cierto es que su actitud no se parece en nada a la que primaba a mediados del siglo pasado, pues si bien la gente suele comportarse con respeto, lo cierto es que no se ve a nadie santiguándose al paso de las procesiones y mucho menos arrodillándose al paso de determinadas imágenes, de manera especial ante aquellas más queridas por estos pagos. Y es que, a diferencia de ahora, entonces las iglesias se llenaban a rebosar, de manera especial los domingos, aunque de la celebración de la misa no se enterara casi nadie, ya que se decía en latín, y el oficiante se colocaba dando la espalda a los feligreses.

Por entonces el número de cofrades era muy reducido. De hecho, los de "La Madrugada" podían entrar en la iglesia de San Juan y ver cómo se "levantaba" el "Cinco de Copas", y de paso tomar un chocolate en la sacristía. La procesión de La Vera Cruz, se vio obligada a permitir que los cofrades salieran con túnica de raso - más baratas - en lugar de la clásica de terciopelo, porque apenas se contaba con pequeños grupos para acompañar cada "paso", y a muchas de las "mesas" hubo que colocarle ruedas, ya que no se contaba con cargadores, en número suficiente, para sacarlos a hombros.

La circunstancia de que hubiera mucha asistencia a los actos litúrgicos y un reducido número de cofrades en las procesiones podría explicarse, en parte, por la pésima situación económica que imperaba en aquellos duros años, que no permitían distraer ningún dinero para comprarse una túnica. Ahora, el número de cofrades ha aumentado de manera exponencial, y el que más y el que menos no va a renunciar a salir de congregante por temas económicos, aunque quizás la cuota de admisión de la cofradía no se lo permita, ya que existen largas listas de espera. También se ha disparado el número de asistentes para ver los desfiles procesionales, tanto locales como foráneos, y resulta difícil conseguir un puesto en "primera fila" para poder verlos sin obstáculos, y casi imposible encontrar sitio en las mejores ubicaciones de cada itinerario, salvo que se esté dispuesto a hacer" guardia" desde unas horas antes.

Ahora todo el mundo gusta inmortalizar cada momento, con sus teléfonos móviles, en forma de fotografías y videos, para luego enviarlos por internet a los amigos y familiares que continúan en la diáspora, sin tener que esperar a ver lo que Gullón, primero, después Quintas, y más tarde Jesús de la Calle - recientemente fallecido - recogieran en sus máquinas fotográficas, o Heptener en sus películas y documentales.

Quizás el principal motivo que todo vaya a mejor sea la excelente capacidad de los zamoranos para organizar este tipo de eventos, que permite que no se les escape el mínimo detalle en cada desfile y marcar la pauta para mantener el buen estado de los grupos escultóricos hasta el año siguiente.

Son cientos, miles de zamoranos, los que obran el milagro que pueda salir todo adelante. Cargadores, músicos, corales, cofrades, conservadores, sastres, tallistas, escultores y directivos son los que, una vez al año, aúnan esfuerzos para que la magia vuelva a repetirse. Proceden de todos los estratos de la sociedad, de todas las profesiones y oficios. Tienen distintos tipos de sentimientos, de ideales, de creencias, pero forman un solo equipo. Porque si no fuera de esa manera, la Semana Santa, como manifestación popular en la calle, probablemente ya habría desaparecido.

La Semana Santa en Zamora puede que sea sinónimo de fiesta: de fiesta religiosa, de fiesta tradicional, de fiesta turística, pero al fin y al cabo de fiesta. Porque, entre otras cosas, la gente se echa a la calle llenando bares y restaurantes, y sale de noche desafiando las inclemencias del tiempo.