El próximo domingo 31 de marzo se concentrarán en Madrid algunos de los habitantes que aún residen en la denominada "España vaciada", que no vacía. Convocados por las plataformas de Soria y Teruel, donde el problema de la despoblación se vive con gran intensidad, los residentes de otras provincias españolas, como Zamora, están llamados a ocupar la plaza de Colón y hacerse visibles con un único fin: que las administraciones públicas pero también todos los ciudadanos, indistintamente del lugar de residencia, tomemos conciencia de lo que significa el deterioro demográfico de gran parte de la Península Ibérica para la sostenibilidad del conjunto de la sociedad, incluyendo a quienes residen en grandes o medianas ciudades, cuyo futuro también depende, aunque no se entienda muy bien por los urbanitas, del futuro del mundo rural, ese inmenso espacio que ya no está dedicado únicamente a las actividades agrarias y ganaderas y que, durante las últimas décadas, ha vivido un profundo proceso de cambio y transformación en todos los sentidos.

Me gustaría que el 31 de marzo todos los telediarios y los titulares de los medios de comunicación abrieran sus páginas de información destacando el éxito de la concentración y que, a partir de entonces, la sociedad española recapacitara sobre lo que realmente se esconde tras una reivindicación de este calibre. Creo, sin embargo, que, si en vez de concentrarse en Madrid se hubiera optado por manifestaciones específicas en cada provincia y a la misma ahora, tal vez el éxito pudiera ser mucho más pujante. No obstante, ojalá me equivoque y podamos presenciar imágenes multitudinarias, con decenas de miles de rostros de personas que aún sueñan con tener la posibilidad de construir una biografía personal y colectiva en el mundo rural, ese espacio diezmado y progresivamente descoyuntado por decisiones políticas y económicas que han primado más los beneficios a corto plazo de la concentración de la población en determinados núcleos que en diseñar políticas de sostenibilidad social, económica y medioambiental para todos los territorios.

Porque eso es precisamente lo que quiere destacar el eslogan de "la España vaciada", que lo que ahora observamos en numerosas zonas de la Península Ibérica es el resultado de un modelo de desarrollo, que se puso en marcha en este país a finales de los años cincuenta del siglo pasado y que, con el paso del tiempo, ha demostrado que ha sido un gran fiasco para muchos pueblos, que se han sentido discriminados con respecto a otras zonas de España en términos de accesibilidad a los mismos recursos sociales, sanitarios o educativos. Es verdad que si miramos hacia atrás nadie negará que, en su conjunto, el mundo rural también ha mejorado en cuanto a la calidad y el bienestar de la población. No obstante, lo que es innegable es que, en estos momentos, el futuro del conjunto de la sociedad depende en gran parte del futuro del mundo rural. Y por eso, aunque solo sea en términos de un mal entendido egoísmo colectivo, todos deberíamos estar muy atentos a las reivindicaciones de quienes aún residen y, a veces, sobreviven en zonas rurales.