Se dice el presidente del PP decidido a defender el castellano frente a quienes tratan de menoscabarla en beneficio de las que son cooficiales en alguna parte de nuestro territorio. No podemos sino darle la razón en esto a Pablo Casado aunque sus palabras resultarían sin duda mucho más convincentes si estuviera igualmente resuelto a hacer con igual determinación esa defensa frente al inglés.

El PP es el mismo partido que impulsa en muchas escuelas la utilización del inglés como lengua vehicular, en claro detrimento del castellano, y lo hace con el consabido argumento del bilingüismo. Uno está ciertamente a favor del bilingüismo y más aún del multilingüismo, sin que haya que confundir lo primero con la imposición exclusiva del inglés como segunda lengua. Y aun primera, según parece, en cada vez más colegios.

Por lo demás, de acuerdo también con el líder del PP en que el no conocimiento de una lengua autonómica no debería ser en principio obstáculo para acceder a una plaza de empleo público en cualquier lugar de España por cuanto supondría una discriminación. Pero, como dice un amigo, profesor de Humanidades y espíritu crítico, la política lingüística es "una lucha que debe siempre llevarse por los cauces no violentos correspondientes, debatirse en los Parlamentos, los autonómicos y el estatal, pero es una lucha al fin".

"Los independentistas, soberanistas y demás soñarán siempre, explica, "con un país monolingüe y harán todo lo posible por conseguirlo. Nosotros, sin embargo, castellanoparlantes no aceptaremos sin más que el castellano sea barrido en Cataluña".

"Apelaremos al sentido común; diremos que la realidad no puede negarse, ignorando en muchos casos cómo se ha llegado a esa realidad. Los catalanistas no se conformarán con ella y tratarán de modificarla, como ya están haciendo". "Lo que no podemos", agrega mi amigo, "es ignorar la necesidad de una política lingüística y su carácter siempre debatible, apelando a esencias o principios inamovibles? aunque sean los del Movimiento", añade con ironía.

Ya es hora, le gustaría añadir a uno, de que las lenguas las vean unos y otros como riqueza y no como factor de división, como instrumento de comunicación y no de exclusión y enfrentamiento. ¿Y no debería el Estado, que es de todos, preocuparse más de las lenguas minoritarias, las cooficiales, contribuyendo a un mejor conocimiento de las mismas y de la cultura de que son portadoras en todos los rincones de nuestra "pell de brau". Así se eliminarían muchos malentendidos.