Ya hemos destacado en este espacio el feliz bicentenario del Museo del Prado. Una de las joyas del mismo es el cuadro que comentamos: "Cristo muerto sostenido por un ángel", del pintor italiano Antonello da Messina. Una obra que no pertenecía a las colecciones reales que dieron origen al Museo ni al conjunto de las que estaban en el de la Trinidad, procedentes de la Desamortización, sino que fue comprada mucho más tarde, en 1965.

La pieza es una pintura sobre tabla, de pequeña dimensión, pero con el tamaño estudiado para que parezca un zoom sobre el cuerpo muerto del Señor. El contraste con cuerpo infantil del ángel que lo sostiene acentúa ese enfoque y nos depara además cierto grado de desasosiego, unido al de compasión y desconsuelo que nos trasmite la pintura. Tal parece que Jesús va a caer de espaldas en cualquier momento si no caemos en la cuenta que fuerzas le sobran a ese pequeño pero poderoso ser angélico.

El tema del cuadro no es novedoso pero es un ejemplo muy notable de la pintura de la Pasión, tras el Descendimiento. Tres cosas impactan sobre manera: el encuadre del cuerpo del Señor, el estudio anatómico que refleja la palidez realista de un cadáver y las lágrimas del ángel.

Los ángeles son espíritus celestiales que teóricamente están libres de las contingencias y dolores del mortal pero aquí el autor tuerce adrede esa verdad para decirnos que el sacrificio de Cristo produce conmoción hasta en el cielo. Un ángel llora. Una música comienza como un lamento, lágrimas que gotean como notas de un miserere anticipado. Veo en este cuadro un "paso" quieto, un cargador pionero que a duras penas puede con el peso del Salvador. Y nos mira sollozando. Casi nos interpela: Esto le habéis hecho a un inocente. Pedid perdón. Cantad el " miserere" desde dentro, desde el fondo de vuestra sangre redimida con la poca que le queda al Rededor.

Me veo en ese ángel-niño. Es mi tocayo y quiero ayudarle en la sagrada carga que soporta. Ahora llora pero el día antes bajó al Huerto de los Olivos a confortar a Jesús, a darle fuerzas para dar el paso hacia el suplicio que le esperaba. Se siente culpable de misión tan ingrata? de empujarle a dolor extremo?

Llora el ángel-niño y lloramos con él. Saca fuerzas de flaqueza y lo sujeta como puede para que velemos ese cadáver santo. Es el huérfano que somos los creyentes afligidos. El primer cargador de quien cargó con nuestra culpa.

Un cuerpo inerte y macilento, que tan bien pintado contemplamos, está a punto de recibir mortaja y sepultura. De nuevo un ángel aparecerá después para dar explicación a las primeras mujeres que llegan al sepulcro y lo hallan vacío: "No está aquí, ha resucitado".

Escribo estas líneas el día de mi santo: el Ángel de la guarda. "All night, all day, Angels watching over me, my Lord" , escuchamos en la hermosa canción de gospel, que cantamos frecuentemente en castellano: Día y noche van tus ángeles, Señor, conmigo.

El ángel del cuadro acompaña al Señor y le sostiene. A veces, en las dificultades, no sabemos cómo podemos seguir en pie y sentimos la fuerza y ayuda de algo o de alguien con quien no contábamos. Los ángeles están invisibles en nuestra propia pasión, en nuestras múltiples agonías. A veces también el gozo nos envuelve, aventa penas oscuras y sentimos que un ángel ha pasado a nuestro lado.

Ángel, en griego, significa mensajero. Si alguna obligación contraemos al llevar un nombre, el mío me incita a verme reflejado en ese angelito del cuadro para hablar de llanto y esperanza, de dolor y compasión, y de fuerza para cargar con lo bueno y lo peor de la vida, como Cristo con su cruz, como ese pequeño ángel con Cristo muerto aguardando la resurrección.