Las mujeres han vuelto a ser ejemplares a la hora de manifestarse por la falta de igualdad y los mil motivos que las han empujado una vez más a salir a las calles de todo el mundo, especialmente de nuestro país. No hay ninguna movilización hoy día que saque a ese número de gente en todas las ciudades españolas y con esa tranquilidad y orden.

También Zamora lo ha hecho de forma contundente y todas sentimos de algún modo ese orgullo íntimo, ese sentimiento de estar participando y compartiendo un momento importante en las vindicaciones del feminismo. Uno más, el que nos ha tocado vivir, porque no podemos olvidar que ha llegado hasta aquí después de mucho esfuerzo y de las pequeñas y grandes luchas de las mujeres que nos han precedido. En este camino ya no vamos solas porque muchos hombres nos acompañan, como vimos el viernes, y porque su mayor fuerza reside en que se trata de un movimiento diverso e intergeneracional.

Esas imágenes de mujeres llenando las calles han sido reconfortantes, porque no eran solo festivas, aunque también existiera ese aire de celebración callejera tan acorde a nuestra cultura, sino especialmente reivindicativas, y demuestran que la brecha que se ha abierto en el muro sigue creciendo cada día. Al mismo tiempo dan a entender que la insatisfacción permanece, como pusieron de manifiesto los mensajes de todo tipo, canciones y voces coreadas; porque esa estructura jerarquizada, en ocasiones sutil y muchas veces directamente brutal, que sostiene la desigualdad y que hemos convenido en llamar patriarcado después de largos análisis, permanece fuertemente implantada en todos los rincones del planeta, impregnándolo todo: las relaciones de poder, el sistema económico, la urdimbre de la sociedad en que vivimos.

Por eso, aunque hoy celebremos la fuerza del feminismo después de esta nueva demostración del 8M, no podemos dejarnos engañar con cantos de sirena. Este movimiento no es una moda de la que todos están dispuestos a hablar pero muy pocos a solucionar avanzando en la igualdad. Y puesto que se trata de un movimiento político, habrá que estar atentas, no vaya a ser que también intenten apropiarse de él quienes pescan a diario en las aguas procelosas de la representación, especialmente en época electoral.

En estos días hemos escuchado opinar a través de los medios de comunicación a muchas personas famosas, y a protagonistas anónimas también, sobre los problemas que aquejan a la mujer. A pesar del enorme esfuerzo que hacen los periodistas cada día por ampliar el espectro, al final manda la audiencia y los referentes terminan siendo los mismos que llenan cada día las pantallas de TV y las primeras páginas, cuyos mensajes a veces resultan engañosos, por interesados.

Sin embargo, creo que las mujeres saben de sobra a estas alturas separar el polvo de la paja, conocen quiénes están con ellas o en su contra, y sobre todo tienen muy claro el diagnóstico sobre la propia situación. Porque son muchos los frentes abiertos hoy para el feminismo, comenzando por las violencias machistas y la inseguridad que viven las mujeres por el solo hecho de serlo, con sentencias por parte de la Justicia a veces más que discutibles. Siguiendo por su derecho a decidir sobre el propio cuerpo, la maternidad, el aborto - otra vez-, la identidad sexual o la objetualización del cuerpo de la mujer.

Las mujeres continúan soportando que se utilice su trabajo no remunerado e invisible en los cuidados que realizan en el entorno familiar y cómo eso significa un aumento de la carga de trabajo para ellas, porque el Estado se inhibe de esa responsabilidad y también la mayoría de los hombres.

Además, ellas se tienen que enfrentar en muchos sectores a una división sexual del trabajo, a la brecha salarial o al conocido techo de cristal. En definitiva la precariedad laboral, el sistema en el que vivimos, impacta en sus vidas, en su salud o en sus cuerpos de forma específica.

De ahí que el feminismo esté cuestionando e impugnando este sistema profundamente desigual, que mercantiliza todo lo que toca y en el que cada vez resulta más difícil vivir. Porque muchas mujeres, que también son madres, asisten hoy indignadas al papel que el capitalismo voraz reserva a sus hijos, obligados a vivir en un mundo que les somete y empobrece cada día más.

Por eso en los tiempos venideros el feminismo tendrá que demostrar que el cambio de paradigma inevitable que necesita nuestro mundo pasará por colocar la vida humana en el centro, es decir, todo aquello que se requiere para garantizar la reproducción cotidiana de la vida y su sostenimiento. Y eso es algo que nos une a las mujeres de un modo imperioso y nos conecta también con la naturaleza en la que todos vivimos, aunque algunos lo hayan olvidado.

Es desde esa perspectiva que consigue relacionar la interacción de la humanidad con la naturaleza, donde la mujer tiene mucho que aportar en el futuro.