La socialdemocracia está en crisis. Más que en crisis, en caída libre. Grecia, Italia, Francia, Portugal, si bien en éste ni siquiera sabemos qué pueda ser, junto a una Alemania donde el SPD pinta por fortuna cada vez menos. Aufviedersehen.

Lo cual es una excelente noticia. Porque la socialdemocracia fue siempre el mismo negocio, una forma de blanquear, de lavar culpas y estigmas del más inicuo de los totalitarismos, Komintern y Stalin de por medio, aunque manteniendo en lo sustancial un proyecto dirigido contra todo lo que representa individuo, familia, libertad, igualdad ante la ley y derechos cívicos. Fundamentalmente, la propiedad.

La bancarrota de la socialdemocracia tiene su origen precisamente ahí. Por definición, el socialismo de democracia poco. Para qué negarse a la verdad llana de las palabras. Socialismo, en cualquier versión, será siempre masa, grupo, número y marea. O sea, negación del individuo y su propiedad, mediante enormes e infames aparatos de dominio y manipulación.

Sin esto, después de la ruina por consunción del totalitarismo soviético, la de la socialdemocracia era cuestión de tiempo, desde la identidad política e histórica con un mismo proyecto inicial.

Sin duda, al abrigo de crisis pasajeras, Occidente asistirá a anacrónicas recidivas, extremas de cara a la galería, propias de una ideología rancia que se niega a desaparecer, bajo novedosas y en el fondo muy deshilachadas banderas.

Es igual; hagan lo que hagan, carecen de horizonte y de futuro. Claro está, salvo el personal de cargo, poltrona y nómina, al que se aferran con desesperación a costa del ciudadano.

Y, como siempre, para la masa las migajas.