La mitad del tráfico entre la península Ibérica y Europa proviene de las regiones del Noroeste, según revelaron el pasado martes en Madrid los presidentes de Asturias, Galicia y Castilla y León. El Corredor Atlántico que promueven -un eje transeuropeo, mejorando el ferrocarril que va de Lisboa y Oporto a Estrasburgo, pasando por Madrid y el País Vasco- responde a esta realidad y, además, a la necesidad de buscar una palanca para relanzar tres comunidades en regresión poblacional. Este periódico reclama desde hace años que estos territorios colaboren para superar sus atrasos y carencias. Entonces era una opción. Hoy, el único salvavidas.

Cuando la fachada atlántica da sus primeros pasos de la mano, la levantina ya lleva un buen trecho empujando un proyecto ferroviario similar, que avanza a toda máquina. No se trata de ser más ni menos que nadie. Tampoco de reclamar algo a costa de alguien, sino de trabajar solidaria y colaborativamente en favor de los ciudadanos, de todos, para propiciar igualdad de condiciones y oportunidades con independencia del lugar de residencia. La España que se vacía no va a llenarse con infraestructuras, pero para que progrese parece evidente reequilibrar un mapa económico y social cada vez más escorado. La franja mediterránea despega, el Noroeste se anquilosa, el país queda hemipléjico.

El contratiempo más grave, porque desangra el espacio físico y mengua las energías, es el declive poblacional. La economía digital, en la que el tamaño importa, y mucho, para engancharse a un círculo virtuoso, acentúa esta dramática carencia. En poco más de tres lustros, desde comienzos de siglo a la actualidad, el cuadrante más periférico y abandonado de España pasó de representar el 15,4% de la población del país al 13,1%, cien mil vecinos menos. Al otro lado, la "banana" que va de la Andalucía oriental, Málaga y Almería, hasta Cataluña ganaba casi tres millones de moradores. Esa hemorragia es particularmente dolorosa en la circunstancia asturiana, con la mayor tasa de defunciones y la menor de nacimientos.

Igual preocupación suscitan los datos económicos. Entre 2000 y 2016, el último registro estadístico disponible, el arco mediterráneo mantuvo intacta su capacidad de producción, equivalente a un tercio del total del país. La de Castilla y León, Galicia y Asturias, por el contrario, viene sistemáticamente cediendo terreno desde comienzos del siglo XXI. Y, en fin, en términos de empleo tampoco existe comparación posible. Cataluña, la Comunidad Valenciana, Murcia, Almería y Málaga vieron aumentar un 14,1% sus puestos de trabajo. El Noroeste, tres veces menos.

El Corredor Atlántico, volcado exclusivamente en las mercancías, es mucho menos ambicioso que el Mediterráneo, que plantea cuatro vías, dos exclusivamente para tráfico de pasajeros en alta velocidad y otras dos para convoyes de carga, y cuenta con un calendario preciso de compromisos: en 2025 tiene que inaugurarse.

Nunca se había alcanzado tanta implicación y consenso para tirar del Noroeste. Además de a instituciones, el proyecto ha movilizado por primera vez a la sociedad civil y traspasado fronteras, al integrar a varias comarcas portuguesas. El ministro de Fomento, José Luis Ábalos, valenciano, salió rápido al corte para atajar estas inquietudes y presentó por su cuenta una serie de actuaciones para el área. Ha defraudado a los promotores porque dista mucho de colmar las peticiones.

Estamos ya inmersos en un intenso periodo electoral que recompondrá los mapas parlamentarios nacional y regional. Dos de los presidentes autonómicos, el asturiano y el castellano-leonés, no repetirán en el cargo. Llegan líderes distintos con otros planteamientos. Pero una iniciativa de esta envergadura debe sobreponerse a los cambios y estar por encima de los partidos, de las personas, de las ideologías y de las refriegas.

Al Noroeste, que perdió once diputados desde el inicio de la democracia, no le queda otra que cooperar, si quiere mantener algún peso político, y reafirmarse en torno a ideas como la del Corredor Atlántico, si desea empezar a revertir su declive. Cuando las grandes industrias inicien el éxodo, poco importará ya contar con voz, poderosa o minúscula, en el Congreso o con trenes capaces. ¿Será eso, la desertización, lo que en el fondo pretenden algunos para resolver el problema?