Vino a resultar que, durante unos cuantos años, la presidenta de las Cortes castellano-leonesas había sido una persona capaz, de profesionalidad intachable y fiel a los intereses de los ciudadanos de esta región. Ni en un solo momento su partido la había cuestionado. Nadie había dudado de su idoneidad para el cargo. Pero héteme aquí que, por azares del destino, o de los navajeos de partido, o del mercado de futuros, esa señora decidió pasarse a la competencia. Y fue justo, a partir de ese momento, en ese preciso instante, cuando sus excompañeros pasaron a calificarla de incompetente, manipuladora y mentirosa, e incluso alguno llegó a poner en duda su honestidad. ¡Hágase! Y la transformación se hizo. En una fracción de segundo, en lo que tarda un rayo de luz en atravesar un cristal. Y es que en el mundo de la política debe existir tal suerte de prestidigitación, que donde ahora miras y no hay nada, de repente, un segundo más tarde, aparece una cuadriga con auriga y sus correspondientes caballos.

Ignoro las capacidades, conocimientos y carencias de esta señora, pero en este caso es lo de menos, porque lo de más es saber cómo ha podido obrarse tal mutación. No está, pues, en discusión el qué, sino el cómo. Se trata de entender la inconsistencia de la clase política que es capaz de arrojar a la hoguera a alguien, a quien en el instante anterior ha tenido en los altares. Todo en un pis pas. Prodigios de tal envergadura hace tiempo que no se veían por estos pagos, en los que, por no haber, no ha habido siquiera un milagro de aquellos en los que alguien se aparecía para comunicar alguna nueva importante.

De manera que, en esto, como en tantas otras cosas, la gente queda desorientada, y ya no puede creerse nada, incluso la existencia de criaturas como los unicornios y las mantícoras que corrían por Valorio en tiempos de Doña Urraca. Y, consecuentemente, los humamos llegamos a la conclusión que es necesario poder tocar para creer, aunque tengamos que usar el dedo de Santo Tomás, porque si no nos volviéramos escépticos, terminaríamos siendo gilipollas.

Los magos de las campañas de captación de votos están dispuestos a todo, y les importa un bledo que, a través de las hemerotecas de prensa radio y televisión, se saquen a relucir sus contradicciones, o que les pillen en bragas, o en calzoncillos, colocando en la sala de estar un título académico conseguido con subterfugios, o con una Sicav de andar por casa, o que les detecte la poli una cuenta en las Islas Caimán. Y es que los españoles no somos iguales ante nada, y menos aún ante la ley.

La gente se pregunta si es tan difícil encontrar a gente limpia de polvo y paja, que disfrute respetando el cumplimiento de las leyes para que ocupe los altos cargos del Estado. Piensa si es tan complicado localizar mirlos blancos que tengan títulos académicos tras haber pegado los codos sobre la mesa camilla, empollando bien los exámenes; o si no queda otra que recurrir a un zahorí para localizar a quienes no han puesto el cazo cuando pasaba por allí una adjudicación del tres al cuatro.

Es tal la confusión que, desafortunadamente, es más fácil saber a quién no se va a votar que decidir a quién otorgarle el voto, y más triste aun tener que elegir no ya al mejor, sino al menos malo.

Por si fuera poco, las noticias falsas penetran tanto en los medios informativos como en las redes sociales, y de ahí a convencernos de algo solo existe un paso. Unas veces nos animan a votar, otras a pasar de hacerlo; unas veces a votar a menganito y otras a negarle hasta el saludo. Y es que son campañas diseñadas para lavarnos el coco, como las usadas con éxito en las últimas elecciones en USA, donde una empresa especializada (Cambridge Analytica) a través de Facebook, obtuvo los perfiles de 50 millones de americanos. Algo similar ocurrió en la campaña para el referéndum sobre el Brexit británico, por obra y milagro de la empresa Eldon Insurance.

Es un anticipo de lo que nos espera: aguantar el temporal que nos viene encima en la más completa indefensión. Ver cómo empresas de ese tipo, que saben todo de cada uno de nosotros, montan campañas para influir en la decisión de nuestro voto, con tal que salga elegido el candidato o la opción que alguien le tenga encomendada.

Cuan difícil me lo fiais, diría el ingenuo votante que forma parte de cada uno de nosotros. Y es que, ante tantas maldades, no hay manera de saber si el norte político tiene la misma orientación que el norte magnético, o que el polo norte, o que el norte Lambert. Porque nuestra brújula se encuentra dando vueltas sin poder detenerse, sin saber siquiera si existe algún norte. De manera que lo mismo podremos llegar votar a un pingüino que a un oso polar de la isla de Bathurst, y lo que sería aún más inaudito a una ballena beluga.