Cuando desde determinados partidos políticos nos dicen que su ideología es liberal, la mayor parte de las veces hay que echarse a temblar, porque el concepto de liberal lo aplican solo a aquello que coincide con los intereses de determinados grupos de presión que son, precisamente, los que los mantienen en el poder.

Porque debería entenderse que ser liberal no es solo dejar que la economía vaya a su aire, por aquello de que el libre mercado sea capaz de regularse a sí mismo, sino también de crear las condiciones para que no existan grupos de presión, lobbies o monopolios que desvirtúen el principio de equidad en el mercado, cosa que no sucede nunca. Y así pasa lo que pasa, que como no intervienen los estados, se inventan fondos buitre, y surgen otros productos más nocivos, como la hipotecas subprime, contaminando los mercados y hundiendo las economías. Por eso, si hubiera que elegir entre la doctrina liberal de Adam Smith o la doctrina del "sí, pero no", de Keynes, muchos se apuntarían a la de este segundo economista, ya que propugnaba la intervención del estado en determinadas situaciones, especialmente en épocas de crisis, donde entendía que debía intervenirse para regular la demanda.

Es curioso que, a los partidarios del liberalismo a ultranza, esos a los que no les importa lo que le pase al conjunto de la sociedad cuando juegan sucio en el mundo de las finanzas, no les parezca tan bien la aplicación de esa teórica libertad a otros aspectos distintos a los de la economía, como puedan ser los sociales, culturales o religiosos. Así, cuando se manifiestan con respecto a alguno de ellos, sorprendentemente, se muestran más conservadores que los sulfitos que se añaden a los vinos para evitar que se oxiden. Y también, no deja de sorprender que sean los partidos, teóricamente menos liberales, los que promuevan las leyes más avanzadas, y se pongan del lado de filósofos y escritores no aceptados por el sistema, que suelen aportar nuevas ideas y, por tanto, nuevas líneas de pensamiento.

Así que, visto desde fuera, da la impresión que una cosa sea la defensa de la libertad y otra la de la liberalidad, porque la una y la otra chocan cada dos por tres en según qué foros. Y ciertamente es fácil de entender, porque el liberalismo es un término político que afecta al poder, y la libertad es un término filosófico que se asocia al contrapoder. Porque una cosa es predicar y otra dar trigo, así, mientras los americanos defendían con sus vidas la libertad, incluida la de mercado, en los tiempos de Adam Smith, a la vez practicaban la esclavitud, zurrándole la badana a sus compatriotas de raza negra. O sea que la libertad sí, pero solo para algunos.

Lo cierto es que el escocés Adam Smith vivió en el siglo XVIII, y el inglés Keynes desarrolló su doctrina en la primera mitad del siglo XX, y aunque solo fuera por ese dato del calendario, podría pensarse que ahora estaríamos más cerca del segundo que del primero; pero la cosa no debe ser tan fácil de discernir, porque, en ambos casos, han pasado muchos años y la economía ya no es lo que era. Ahora, con la globalización, viene a resultar que una subida de la bolsa de Singapur puede revalorizar los planes de pensiones en Finlandia, por poner por caso; o que la bajada de precio de las zanahorias de Marruecos pueda influir en la cotización de la bolsa de Tokio.

Así que acertar a la hora de elegir el enfoque de la economía no debe ser nada fácil, ya que todos dependemos de todos - cierto que de unos más que de otros - y que un movimiento sospechoso hace que los demás reaccionen atacando al díscolo por donde más suela dolerle.

Viene esto a cuento de lo que posiblemente nos vayan a contar, antes de las próximas elecciones, los que se autodenominan liberales y los que reniegan de serlo, aunque en el fondo también lo sean, porque lo que único que nos interesa tener claro son los compromisos que lleguen a adquirir en relación con el empleo, la educación y la sanidad, ya que la marcha global de la economía poco dependerá de ellos, ya que seguiremos al dictado de lo que nos llegue de los mercados de otras partes del mundo, de lo que gusten mandar las grandes potencias, de donde llegue el viento, porque como todos nadamos en el mismo lago, apenas queda agua para pensar en grandes travesías.

Hasta ahora solo se están oyendo insultos y descalificaciones, y nada del camino que unos y otros proponen que recorramos juntos, si es que tienen pensado alguno. Un poco de la exhumación de Franco y un mucho de la aplicación del 155 en Cataluña, no nos van a sacar de pobres.