España nunca conoció una socialdemocracia a la europea Lastrado por herencia e historia, el PSOE jamás fue un partido socialdemócrata en sentido clásico.

Ni siquiera bajo el felipismo, el PSOE de la transición respondió a un patrón socialdemócrata. Aquello fue una coyuntura, una situación entre la normalidad y la excepcionalidad, como bien pudo comprobarse entre unas cosas y otras; crisis económica, terrorismo y demás. Difícil momento para una definición en lo ideológico y lo programático, de acuerdo con modelos europeos.

Históricamente, el socialismo español optó por la revolución y el radicalismo. Quizá sean genes políticos y auténtica identidad. Por eso, cuando se presentó la oportunidad, para él lo socialdemócrata nunca pasó de algo menor, de tentación a hacer del Estado feudo propio, a través de mecanismos de financiación heterodoxa, dicho sea esto con extrema, extrema y extrema generosidad.

¿O acaso los ERE han sido cosa de ensueño y fábula?

Aun en imposible descargo, dígase que nuestro socialismo tuvo buena escuela, junto a unos todavía mejores maestros. Siempre muy suyos; desde el PRI mejicano al SPD de Willy Brandt, gran amigo de compañeros mendicantes con complejo PIG mediterráneo.

El socialismo español siempre rechazó homologarse a una socialdemocracia civilizada. En su mejor ocasión, prefirió tomar el camino de una demagogia jornalera y de alpargata, populismo de andar por casa, castizo y muy andalú, siempre con PER y subsidios de por medio.

Aun así, incluso para aquel PSOE provinciano de pinar, foto y clan, resulta excesiva su actual deriva bananera, chusca, chabolesca, paleta y bolivariana. No la merece, aun con su mucha historia y herencia a las espaldas.

O sea, que de socialdemocracia nada. Hoy menos que nunca.