Elecciones tocan; ya se sabe, si no quieres café, toma dos, qué digo, diez o veinte tazas. Hartazgo, empacho de urnas y democracia, todo a cargo del contribuyente y solaz de políticos de muy poco predicamento; naturalmente, de ninguna credibilidad.

Y mira por dónde, de buenas a primeras, elecciones generales.

Lo digo porque, si bien se mira, el tejemaneje tiene su aquel. Adelantar a abril las generales significa disimular, distraer a la opinión pública lo importante. Anticipando lo nacional a lo autonómico y municipal, el sanchismo no hace sino escamotear a votantes y ciudadanos lo fundamental. Y lo fundamental es que, en mayo, las izquierdas de la mano de socialistas, comunistas, podemitas, garzonitas, mareas y demás, perderá el poder territorial a poco que las derechas, en confederación preferiblemente nada autónoma, se pongan de acuerdo con un mínimo de sentido común. Lo perderían no ya en un Parlamento fragmentado, sino en lo más sólido de cara al conflicto nacional en marcha: el poder regional y municipal.

A algunos le vendrá de perlas. Hablaremos de Sánchez, del falcon, de la ingeniería fiscal? ; o sea, de esto y aquello, de cualquier ministro dimitido, grabado, o lo que se tercie.

Mientras tanto, con autonómicas y locales a la vuelta de la esquina, no lo haremos de la gestión calamitosa de izquierdas varias.

De ese modo, lo que está verdaderamente en juego con este adelanto es que baronías y aparatos socialistas tendrán ocasión de disimular en autonomías y ayuntamientos, para andar a lo que interesa; o sea, a mirar por poltrona, nómina y feudo clientelar.

Quizá nos hubiera costado algún dinero; pero habría sido mejor esperar a octubre. ¿Alguien se imagina ir a las generales después de lo que, para las izquierdas, bien pueden ser urnas de desastre en lo autonómico y municipal? Y con varios meses más de erosión política e institucional, a manos de un gobierno completamente agotado.